Melodrama
Jorge Franco
11 enero, 2007 01:00Jorge Franco. Foto: Eloy Alonso
Después del éxito y las muchas alabanzas generadas por sus anteriores trabajos: Rosario Tijeras o Paraíso Travel, llega a los lectores esta nueva obra de Jorge Franco, la gran promesa-realidad, de la literatura colombiana del momento, autor que aterrizó en Europa con el poderoso aval de figuras como García Márquez o Vargas Llosa y al que se le atribuye, ahí es nada, haber puesto el punto final -junto con su colega Fernando Vallejo- a 30 años de realismo mágico. Pero más allá de argumentos de autoridad, exageradas leyendas o cifras de ventas, hay algo que no se escapa a quien se sumerge en el relato de las andanzas de Vidal, joven protagonista de Melodrama: una prosa segura y sin titubeos, elaborada, veloz, descarada, violenta, sin frenos ni contemplaciones, que exhibe un gran conocimiento del habla cotidiana y reduce cuanto puede acotaciones formales que lentifiquen el relato. Sin duda, leer a Jorge Franco hace ya pensar, de entrada, en las posibilidades inmensas del lenguaje castellano: sirve de recordatorio para todos nosotros, lectores europeos "standa- rizados", de que existen otros modos de hablar nuestra lengua y de componer novelas, más enraizadas en la realidad y menos sujetas a cánones de escuela.Melodrama cuenta, en una brillante trama de secretos dosificados, suspense y equívocos calculados, la peripecia del guapo Vidal, un ambicioso chico de Colombia trasladado a París, donde sale adelante sacando partido a su belleza, y detalla también, con gran talento para el costumbrismo, los avatares de tres generaciones de personas que, directa o indirectamente, influyeron en lo que el protagonista llegó a ser. Habrá de por medio todo un mundo claustrofóbico de matriarcados y mujeres dominantes, pueblos y ciudades colombianas surgidas o caídas, dejadas atrás o sólo en parte trasladadas con el narrador a Europa, y toda una detallada intriga que envuelve identidades ocultas, maternidades y paternidades secretas y hasta la disputada herencia de unos condes. Hay también una despiadada crítica a políticos, eclesiásticos y mafiosos varios de la "Narcorrepública" (p. 245), y, en un plano universal: un análisis del tenaz destino y del mal, transfigurado en monstruo que adopta mil formas y se mueve a sus anchas por el planeta (sea Medellín, Sarajevo, o París).
El punto de partida será precisamente la caída en desgracia de Vidal, narciso moderno: su terrible descubrimiento: la extrañeza de sentirse y saberse mortalmente enfermo habiéndose creído ángel y hasta dios. Y si terribles eran los ángeles de Rilke, terrible, cruda y amarga será también la historia que aquí se cuenta, por mucho que Jorge Franco elija narrar desde el sentido del humor, una guasa de fondo y un aire resuelto de cuánto y qué poco a la vez somos. Pues no hay gracia, ni aires de telenovela, que nos hagan tragar sin sobresalto relatos tan duros como el ahogamiento en el río de la bebé Sandrita, las repugnantes acciones del Tío Amorcito, o las torturas salvajes a las que acostumbra la mafia de Medellín. Quizá, en coherencia con lo que confiesa el autor, en el caso de Colombia sólo puede tratarse de fiesta o de funeral. Que a la postre pese más la tragedia es una decisión lícita, pero sí cabe discutir que -llevado de esta visión desencantada del mundo- elija Franco en ocasiones un nivel de lenguaje que ronda entre la brutalidad y la vulgaridad gratuitas. La novela, con todo, conforma un poderoso relato, una Pietá moderna que dejará sin aliento al lector. Dijimos que al autor le acompaña la leyenda de haber puesto fin al realismo mágico en aras de uno trágico. Pero muchas de sus mejores páginas y recursos (presentimientos, videncias, sueños, apariciones, personajes que hablan desde fotografías y altares) pertenecen a la primera corriente. ¿Y, acaso no había ya realismo trágico en Gabriel García Márquez? Es lo que tienen los clásicos: que habían inventado casi todo.