Novela

La ofensa

Ricardo Menéndez Salmón

25 enero, 2007 01:00

Ricardo Menéndez Salmón. Foto: Susana Carro

Seix Barral. Barcelona, 2006. 142 páginas, 17’50 euros

La obra de este joven escritor asturiano llamará inmediatamente la atención del lector atento por dos rasgos insólitos: en primer lugar, el riesgo de encerrar en un relato breve -porque, en rigor, estamos ante lo que, con mayor o menor precisión, entendemos como novela corta- una historia cargada de complejidad psicológica y que abarca, además, un período cronológico de diez años; en segundo lugar, por la infrecuente calidad de la prosa exhibida por el autor. El lector de novela actual, narcotizado por un lenguaje casi siempre trivial, pobre e impreciso, más propio de la gacetilla de un aprendiz que del ámbito literario, sentirá tal vez un agradable sobresalto al recorrer las líneas de La ofensa y comprobar cómo reviven en ellas resonancias de una lengua repleta de posibilidades expresivas, incluso cuando el autor se deja mecer por excesos retóricos, se diría que de estirpe lejanamente benetiana: largos párrafos llenos de incisos, enunciados complejos que se alargan hasta encontrar un punto, anáforas retóricas demasiado visibles. Por citar un solo ejemplo: léanse las páginas 88-89, en las que un enunciado se prolonga durante veintitrés líneas con dilatadas prótasis condicionales, incisos parentéticos y contraposiciones paralelísticas, aposiciones sintácticas y símiles que complican sin necesidad el conjunto y que contrastan con la fría sequedad de la primera parte, reducida a menudo -así, en el capítulo VIII- a una enumeración de operaciones militares y fechas precisas, a manera de esquemática crónica o de cuadro sinóptico.

A pesar de su brevedad, el relato se organiza en tres partes, que tratan de marcar formalmente los diferentes tramos de la historia narrada. En la primera, Kurt Cröwell, joven sastre de una pequeña ciudad alemana, es movilizado tras la invasión alemana de Polonia y, después de un período de instrucción, se incorpora a una de las divisiones acorazadas que invaden Francia. El horror de algunas sangrientas ejecuciones le provoca una conmoción y una pérdida de la sensibilidad emotiva que lo convierten en un caso clínico. En la segunda parte, titulada "Una educación sentimental", se narran los años pasados por Kurt en el sanatorio, rematados por otra matanza similar a la que cerraba la etapa anterior, y la tercera sitúa al personaje, con una falsa identidad, en Londres, donde un imprevisto reencuentro con el pasado conducirá a un desenlace que se me antoja precipitado y artificioso. Lo es toda esta parte, además, llena de reminiscencias de diversas películas sobre antiguos nazis ocultos, que producen esa sensación de lo déjà vu que impregna muchas obras literarias cuando pasan a ser creaciones de segundo grado, cuando entre la idea del autor y su plasmación verbal se interponen modelos y discursos ajenos que dejan demasiado marcada su huella en el texto. La ofensa promete mucho -y ofrece bastante- de lo que podría haber sido una parábola bajo capa de relato, una invitación a reflexionar acerca de la terrible animalidad de la guerra, de la peculiar condición -que George Steiner ha glosado en varias ocasiones- de unos seres capaces de destruir brutalmente al prójimo después de haberse deleitado escuchando una delicada sonata barroca. Y también -¿por qué no?- una llamada de atención sobre la imposibilidad de hacer compatible la guerra con cualquier clase de sentimientos humanos (por eso Kurt es incapaz de sobrevivir cuando resurge ante sus ojos la espantosa experiencia de Mieux). Podía haber sido todo eso, pero lo es de manera insuficiente, por culpa de unos caracteres desvaídos y de una caracterización psicológica esquemática. No hay duda de que Ricardo Menéndez Salmón posee innegables condiciones de escritor. Tal vez le falte acreditar el mismo nivel como novelista, como crea-dor de historias y de vidas complejas. Porque la novela es también una construcción, una estructura cuyos componentes deben apoyarse mutuamente para transmitir un sentido. No basta con segmentar la historia de un modo mecánico y no siempre la concisión es el mejor aliado del novelista. Pero al menos puede afirmarse que estamos ante un escritor con el suficiente peso específico para avanzar.