Novela

La muerte pegada a las uñas

Enrique Murillo

8 febrero, 2007 01:00

Bruguera. Barcelona, 2006. 96 páginas, 12’50 euros

La desenfadada solapa del nuevo libro de Enrique Murillo explica, tras detallar un irónico currículo, que "a ratos libres acomete obras de ficción de naturaleza variada". Está muy bien subrayar este carácter esporádico del trabajo en tiempos en que parece normal que alguien publique en un solo año varios libros de tamaño ladrillo. El narrador catalán hace lo contrario porque publica con parsimonia y además obras cada vez más escuetas y exigentes. Ya se vio en sus inicios, en un par de novelas de los 80, su querencia minimalista, que sonaba un tanto a moda de entonces, y ahora ha derivado hacia una narración muy adelgazada y delgada, al admirable centenar escaso de páginas de La muerte pegada a las uñas.

Llamar a este pequeño libro novela sería excesivo más que por el reducido tamaño porque su intensidad y estructura concentrada merecen otro nombre, el de "nouvelle", término que no tiene traducción exacta en castellano ya que "novela corta" es otra cosa. El relato sigue un esquema externo muy simple: un vendedor, Ramón, toma el puente aéreo en Barcelona y padece trastornos varios que le causa el viajero del asiento contiguo. El desconocido vecino, Raúl, un fotógrafo fondón y locuaz, primero le molesta y al final termina subyugándole con la verborreica historia que le cuenta durante el trayecto y remata en un taxi ya en el centro de Madrid.

En este marco utiliza Murillo un recurso suyo de otras veces, una notación puntillista de pequeños datos y hechos como si estuviera pintando una crónica costumbrista. Y lo es, pero un realismo satírico que, además de poseer interés y gracia propios, viene muy bien al otro relato, al del viajero parlanchín, porque proporciona una atmósfera cotidiana como contraste de la verdadera peripecia, con visos algo trascendentes.

El fotógrafo regresa de dispersar las cenizas de su joven esposa María en un lugar de la costa catalana y le cuenta a Ramón sus relaciones con la mujer. Toma esta aventura de apariencia realista una deriva imaginativa y se introduce en el territorio de la suprarrealidad con ecos de los relatos góticos y de los cuentos de ultratumba, que Murillo retoma mostrando episodios teñidos de humor de unos difuntos que se comunican con los vivos. Pero si descansa ahí un pie, en la narrativa de terror de un Poe, el otro se afirma sobre el relato de intriga a la manera del clásico Henry James. La historia de Raúl y María mantiene expectante la atención porque se implica en una sutil trama de intriga que produce un sostenido suspense, muy eficaz. Esta mezcla de misterio y fantasía es mucho más que materia de legítimo entretenimiento. De entrada, el autor nos planta cara a cara con las fronteras de la realidad, de lo verdadero y de lo verosímil. Pero aparte de esta dimensión, la más aparente, construye una inquietante fábula sobre la comunicación y la amistad, la culpa y los fantasmas de la mente, y todo ello se convierte en una parábola del amor y de las complejidades y sutilezas de las relaciones humanas.

La anécdota progresa con una admirable destreza, y el arte de narrar revela rasgos de malicia y de virtuosismo, pero nunca llegan al primer plano. La muerte pegada a las uñas resulta de una naturalidad absoluta y desemboca en el efecto de un relato ligero, cuya lectura exige el mismo corto tiempo de un viaje en el puente aéreo (con suerte, claro) pero que deja una larga huella.