Y qué amor no cambia
Giorgio Todde
15 marzo, 2007 01:00Giorgio Todde. Foto: Siruela
La novela negra se ha convertido en un género que ya no se conforma con esclarecer un misterio. Giorgio Todde, que combina la escritura y el ejercicio de la medicina, ha rescatado del pasado al forense y embalsamador Efisio Marini para situarlo en el centro de sus tramas. Personaje histórico que vivió entre 1835 y 1900, su comercio con la muerte le ofrece una perspectiva privilegiada sobre la naturaleza humana. La disección de un cuerpo es una forma singular de penetrar en la verdad. En un cadáver hay una elocuencia asombrosa. Sólo hace falta un lector perspicaz, con el ingenio necesario para entender su lenguaje. Marini posee esa cualidad, acompañada por la necesidad de comprender. Su espíritu ilustrado no impide que recurra a veces a métodos curativos de dudoso valor científico, pero increíblemente eficaces. Esa contradicción sólo corrobora la ambigöedad del ser humano, capaz de amar y de matar con la misma irracionalidad.Al igual que Todde (1951), Marini es oriundo de Cagliari, capital de Cerdeña. Vivir en una isla es una manera de estar, que propicia el carácter visionario y melancólico. Esos rasgos se cumplen en Marini, que se niega a revelar su técnica de momificación, actuando más bien como un taumaturgo que como un hombre de ciencia. En esta ocasión, los restos de una criada, con indicios de cólera, sacarán a la luz la miseria moral y física de una sociedad marcada por la desigualdad. Prostituida por su padre desde los quince años, Restitùta recoge en un diario su degradante vida. Aunque es poco verosímil que en circunstancias tan adversas surja un testimonio escrito, las palabras de Restitùta obran con la precisión de un bisturí en manos expertas. Antes de ser obligada a vender su cuerpo, Restitùta perdió su virginidad en brazos de su padre. Es el primer eslabón de una cadena de sangre que se adentra en los sotanos del deseo humano, en esa oscuridad total donde la razón y la moral sucumben al instinto.
Todde es un narrador hábil, sin retórica pero con sensibilidad para enfrentarse a la naturaleza y recrear sus cambios. Su percepción de la cultura mediterránea recoge la persistencia de ciertos arcaísmos y la referencia permanente a la moral judeocristiana. Hay resonancias bíblicas, veterotestamentarias y ecos de la tragedia griega, del temor y temblor que inspiran los dioses del mundo antiguo, indiferentes al sufrimiento humano. Lo mejor, no obstante, es el personaje de Efisio Marini, su ética erasmista, su vocación de erudito, su fascinación por la técnica, su prudencia ante el desa-fío fáustico que encierra el saber ilustrado. Tras encajar las piezas del rompecabezas, Marini huye de las visiones que le acosan, realizando un penoso ascenso que recuerda los pasos de la Pasión.
Desde lo alto, se hace más evidente la corrupción del hombre, su ambición por ganar el mundo aunque sea a costa de su alma y, sin embargo, su necesidad de preservar la esperanza y la posibilidad del perdón. En un mundo saturado de dolor, Marini se pregunta si hay "una respiración infinita" capaz de sostener la vida y vencer a la muerte.