Casi perfecto
Marina Mayoral
14 junio, 2007 02:00Marina Mayoral
Casi perfecto es la carta de una madre a su hijo. Hay que aceptar la convención inicial de que puedan existir cartas así, extensas y divididas en capítulos, como hay que aceptar la convención de que haya monólogos ante un cadáver, como el de Carmen en Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes. En ambos casos se trata, como en los monólogos teatrales, de discursos dirigidos a una segunda persona. Establecido este pacto o convenio implícito entre autor y lectores, hay que buscar los méritos o deméritos de la obra en otros aspectos. La madre-narradora de Casi perfecto ha sido acusada de provocar la muerte violenta de su marido -de quien se hallaba separada- a manos de unos asaltantes y escribe una larga carta exculpatoria a su hijo menor que se convierte en un discurso confesional, en una rememoración de los principales hechos de su vida pasada y también, con cierta frecuencia, en una exposición de sus ideas acerca de la literatura, del poder de la ficción, de las relaciones familiares y de la dificultad de compaginar trabajo profesional y obligaciones domésticas. Esta narradora -hay que decirlo porque ella misma se encarga de subrayarlo diseminando informaciones diversas a lo largo del texto- ofrece múltiples analogías con la autora: es gallega, profesora de literatura y escritora, a la vez que autora de trabajos críticos y de investigación sobre figuras como Rosalía de Castro y otras. Se separó pronto de su marido y este hecho ha gravitado con insistencia sobre la vida familiar. Tal vez hubiera sido preferible dotar al planteamiento de la historia de mayores dosis de imaginación -cualidad a menudo escasa entre nuestros narradores- a fin de distanciarla más de sucesos puramente biográficos, que en una novela son casi siempre peligrosos escollos. El hecho de añadir a la figura de la narradora ciertos pintorescos caracteres externos, como los de ser tuerta y coja, era completamente innecesario -salvo para evocar el nombre de Ana Bolena-, porque en nada condiciona los actos y la conducta del personaje, que es lo que verdaderamente importa en la obra, centrada en el retrato psicológico de una mujer culta y repleta de experiencias vitales.Con estos supuestos, la carta de la madre no es sólo la misiva enderezada al hijo huraño y distanciado para explicar la muerte del padre -asunto que al final se diluye en un desenlace insatisfactorio-, sino una justificación de la propia vida y del fracaso matrimonial, y también una reivindicación del amor materno llena de minuciosos detalles y observaciones sobre la convivencia de padres e hijos que pocas veces sobrepasan el nivel de lo anecdótico y archisabido. Hay en este aspecto mucho lugar común, una prolijidad en las explicaciones de hechos o costumbres triviales que exigía podas enérgicas, como cuando se aclara que la expresión "vivir sin tener que contar la peseta" significa "que podía una permitirse caprichos sin tener que estar echando cuentas para ver si el dinero llegaba a fin de mes" (p. 191). Los razonamientos discursivos se alargan sin necesidad. La autora ha puesto especial cuidado en que la carta se acercase al nivel conversacional (con muletillas como "no era eso de lo que quería hablar", etc.) sin perder en ningún momento su configuración de prosa culta. Equilibrio delicado y difícil. Pero el registro familiar no tiene por qué caer en clichés de moda o ya desgastados -impensables, además, en una carta redactada por una escritora-, como "el interés puro y duro" (p. 179), "sexo puro y duro" (p. 223), "se agarró como a un clavo ardiendo" (p. 182), "reabrir viejas heridas" (p. 201), "tomó buena nota" (p. 201), "el día a día" (p. 208). Y tampoco el carácter epistolar del texto justifica descuidos como "una de las cosas buenas del pasado eran aquellos ratos que pasaba..." (p. 125) o "estoy convencida de que ha sido ella quien convenció..." (p. 226). No faltan usos rechazables, como "momentos puntuales" (p. 163), "tema" por "asunto" (pp. 153) o "emergencia" por "posibilidad". Una escritora como Marina Mayoral tendría que haber revisado más escrupulosamente el tratamiento lingöístico de su novela, porque en él radica la solidez de la historia.