Ojalá octubre
Juan cruz Ruiz
19 julio, 2007 02:00Foto: Domenec Umbert
La literatura de Juan Cruz tiene sus pilares fundamentales en la crónica y la memoria noveladas con integración de materiales autobiográficos y ficticios cuyas proporciones varían de un libro a otro. Su narrativa memorial parte de su primera obra, Crónica de la nada hecha pedazos (1972). De aquella crónica sesentayochista novelada con mucha autobiografía de un joven canario que descubre su rebeldía frente al mundo que empieza a conocer proceden temas, inquietudes y obsesiones que reaparecen en sus obras posteriores, sobre todo en las dos últimas, Retrato de un hombre desnudo (2005) y Ojalá octubre, de mayor intensidad en el aprovechamiento de la memoria.Ojalá octubre es un relato de autoformación con muchos ingredientes de la narrativa memorial y autobiográfica. No quiere ser autobiografía en sentido riguroso porque no centra su interés en la construcción del yo y sus conflictos interiores, pero contiene muchos materiales autobiográficos. De las memorias aprovecha la gradual caracterización del yo narrador en su relación con los demás, en especial con los miembros de su familia. Y como narración del aprendizaje, va desarrollando, de modo fragmentario y en subjetivo desorden, el acceso del narrador y protagonista a la edad adulta en los diferentes órdenes de la vida, desde sus vivencias familiares hasta su descubrimiento de la muerte, pasando por el despertar sexual.
El eje vertebrador del libro está en la rememoración del padre por parte del narrador con rasgos del autor en su condición de periodista y escritor en 2007, donde sitúa el presente narrativo de su relato. Su rememoración queda enmarcada por una cita de Truman Capote repetida al comienzo y al final del libro: "Me gusta tanto este mes que ojalá siempre fuera octubre" (págs. 9 y 208). Con esta frase entra la literatura en el libro, en el cual abundan las referencias intertextuales y los homenajes a escritores, hábilmente relacionados con la experiencia recordada en cada caso. No hay vanidad ni afán de lucimiento en la medida explotación de citas literarias. Porque el máximo interés del libro se concentra en la sencilla e intensa rememoración de unos años de penuria y asfixia, vividos con su familia en la pobreza, entre el miedo y el silencio, "cuando el horizonte se parecía a una amargura" (pág. 144). Pensando en su progenitor, siempre en actitud de irse, quizás en "imposible persecución de la felicidad" (pág. 158), otro de los temas capitales del libro, el yo narrador escribe para comprender al padre y pronto acaba por darse cuenta de que, en el fondo, escribe para comprenderse a sí mismo, que lo ha heredado todo de la figura paterna, pues "del mismo modo sé que uno nunca deja la isla de la que fue ni la isla de la que es, así que ahora también viajo y vivo, y me veo en los espejos cuando me afeito, aquellos rasgos que poco a poco fueron haciendo su cara y que ahora, también poco a poco, van haciendo mi cara" (pág. 112).
Por su homenaje a la figura del padre y la dureza de su lucha siempre con dignidad este libro recuerda algunas páginas de El viento de la luna, de Muñoz Molina (2006). Y por la cuidada sencillez de su prosa, la autenticidad de su rememoración, la falta de rencor en la memoria de aquel niño asmático que no tenía libros en su casa y pronto se convirtió en apasionado lector y escritor este libro debería ser leído por muchos escolares de hoy que, teniéndolo todo, desprecian cuanto ignoran.