Villa Diamante
Boris Izaguirre
15 noviembre, 2007 01:00Boris Izaguirre. Foto: Quique García
No deja de ser curioso considerar la cantidad de palabras que los críticos necesitamos para llamar la atención sobre autores de peso que atesoran esforzadas carreras y mucho olvido, y qué pocas hacen falta para reconocer de inmediato a este antiguo cronista de sociedad venezolano, guionista de telenovelas, marciano crónico, showman televisivo, tan capaz de serenidad y glamour como de cruzar la línea del mal gusto. Hace mucho que Boris Izaguirre (Caracas, 1965) es en España tan persona como personaje, o mejor: hace mucho que supo hacerse un personaje. A la hora de juzgar Villa Diamante (finalista del premio Planeta 2007) podría uno dejarse envolver por un par de prejuicios: el carácter comercial del galardón, y la fama de "frívolo" que acompaña al autor del libro. Sin embargo, los lectores no encontrarán en las casi 500 páginas de Villa Diamante un relato frívolo, banal, escrito con prisas o descuido.Sorprende desde el inicio encontrarse ante una historia terrible que cubre medio siglo de la convulsa historia de Venezuela y que arranca en la navidad de 1937, cuando unos hombres violentos entran por la fuerza en la mansión de una familia rica de Caracas afín al recientemente derrocado dictador Gómez. Esta puesta en escena, teatral e impactante, su ceremonia de la destrucción, y el talento de Izaguirre para el suspense y la eficacia narrativa (años de guionista), hará que quedemos enganchados en los observadores ojos de una niña (Elisa), con la que recorreremos el libro hasta su edad anciana, viajando, de paso, por un buen pedazo de la historia reciente de Venezuela. La caída en desgracia de esta familia hace que ella y su hermana Irene sean "acogidas" (anexionadas, expropiadas) en la gran casa de los vecinos Uzcátegui, que en adelante se ocupan de su "buena educación". Será el verdadero comienzo de todo: un mundo tan confortable como terrorífico: una tragedia que poco tiene de glamour de lentejuelas y que -en sus mejores páginas- lo emparenta con otras muchas historias terribles contadas por autores hispanoamericanos.
Existe, pues, un Boris Izaguirre interior, serio y concentrado junto al exterior, jocoso y chispeante. Es capaz de escribir con un aplicado realismo que se permite algún guiño al realismo mágico y define al extremo los personajes. Este buen acabado alcanza también a sus dos grandes retratos de monstruos (el padrastro y cruel fascista Gustavo Uzcátegui y el Jefe de las Fuerzas de Seguridad de Venezuela, Pedro Suárez). El buen conocimiento de los modos de hablar que posee Izaguirre ofrece diálogos de impecable factura, y su oficio de cronista de sociedad brilla al describir las reuniones de la alta sociedad de Caracas: su charla insustancial, las detalladas comidas, vestuarios, costumbres... No puede obviarse la (querida) propensión de Izaguirre hacia la telenovela y hacia una prosa "afrutada". Se trasluce en muchas de sus páginas (Hugo o el joven Mariano son perfectos galanes), pero se diría que ha sabido poner estos ingredientes al servicio de una compacta narración que sólo entra en crisis en algunos tramos de la obra, con la aparición de un personaje (en mi opinión) innecesario para la trama: el travestido Joan en la parte de Isla Trinidad, que reaparece al final -de modo un tanto forzado- en Venezuela. Gran acierto la inclusión de otro personaje: el famoso arquitecto Gio Ponti, figura que termina siendo querida e importante.
Humillaciones, amores y sueños imposibles, verdades silenciadas, golpes de Estado, caciques y generalillos varios, abusos de poder, oportunistas, manos sucias... pero es también una historia sobre la fortaleza personal, la reinvención de uno mismo tras cada daño, la necesidad de purificación y perduración. Quizá lo más logrado sea el tremendo ambiente de amenaza, la brutalidad de fondo cernida sobre las vidas individuales (sobre lo bello, inocente, frágil, o justo), que deja en promesa todo futuro, incluido el de esa gran nación en perpetuo recomienzo llamada Venezuela.