Grand Guignol. Madrid, 2007. 168 páginas, 19’50 euros.
Este libro, aunque nace del testimonio de quien, desde su oficio de periodista, asistió a lo ocurrido en Madrid el 11 de marzo de 2004, no persigue limitarse al rigor periodístico de una crónica, ni tomar partido en el debate que asigna y reparte responsabilidades. De hecho, el título, suficientemente expresivo, es una rotunda declaración de intenciones. Donde Dios no estuvo responde al esfuerzo de una recreación de aquel suceso reinventando a sus protagonistas y deteniéndose en sus vidas, amparándose para ello en la legitimidad de la ficción. Este libro -dice Sonsoles ónega citando a Gabriel García Márquez- no pertenece -no quiere pertenecer- a quien lo ha escrito sino a quienes "lo sufrieron". Ya entonces, ante la tragedia de tantas vidas cuyo "de-senlace" fue el "puro y duro azar" de estar allí, pensó la autora que al cabo del tiempo, cuando lo vivido doliera menos, perseguiría / necesitaría el alivio de ser narrado. Ahora es la ocasión, y a todos aquellos "viajeros de cercanías" les dedica un relato afectivo y respetuoso sobre el que pesa un estado de ánimo contenido, mimado en su estructura y con intencionada voluntad de estilo; realista con los hechos, lírico en la creación de la atmósfera que ambienta el despertar del fatídico 11 M, e imaginativo en los detalles que humanizan el drama.
Donde Dios no estuvo se lee de un tirón, sin pausa, con rabia, y con tensión, a pesar de que todos conocemos el desenlace. Porque la rabia asoma hasta en la elección de la estructura argumental. Una primera parte contiene breves capítulos: cada uno una vida: el despertar, la rutina, las expectativas puestas en ese día. Desde el político en campaña hasta la estudiante, el inmigrante, la "célula islamista", la periodista que cubre la información, trasunto de la autora y de su versión de un oficio "humano y comprometido" La segunda parte narra el viaje y, en pocos minutos el inesperado "destino", escenas que describen el caos y adquieren unidad por la breve aparición de "un hombre sin recuerdos" vagando por las calles de Madrid; por la juez que asume el empeño casi imposible de poner "orden". Acaba el día. Comienza la persecución por desenmascarar la "verdad" de lo ocurrido hasta constatar que no hay una sino muchas verdades enfrentadas en una única respuesta. Entre tanta paradoja ¿qué cabe esperar ?: que un testimonio así sirva para que el olvido nunca pierda del todo la memoria.