Image: La casa de Dostoievsky

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Novela

La casa de Dostoievsky

Jorrge Edwards

12 junio, 2008 02:00

Jorrge Edwards. Foto: Conchitina

Premio Planeta-Casa de América. Planeta, 2008. 329 pp., 24 euros

Hay escritores que se estancan o desvanecen con la edad y otros, como Jorge Edwards (Santiago, Chile, 1931) a los que el paso del tiempo parece haber compensado con una mirada sabia, divertida y hasta pícara, una distancia saludable e inteligente con los asuntos que trata. La Casa de Dostoievski, obra por la que se le ha concedido el premio Planeta-Casa de América 2008, da buena prueba de ello. Asistimos en los primeros compases del libro al andar lento y ensimismado de "El Poeta" (protagonista de esta historia) a través del Santiago de Chile de finales de los años 40 del pasado siglo, y se le acompasa a la perfección la escritura pausada y cuidada que le valió a Edwards el premio Cervantes en 1999. La memoria y la capacidad descriptiva de cuadros de costumbres son el punto fuerte de este relato testimonial, que toma la forma de una gran evocación y que transcurre entre los mencionados años cuarenta y los primeros tiempos de Pinochet tras el golpe de Estado contra Allende. Una voz colectiva, grupal -quienes de un modo u otro conocieron al Poeta- se ocupa de reconstruir esforzadamente la figura del artista (con su nombre velado, sólo tanteado) desde sus correrías de juventud bohemia y pedante santiagueña (entre artistas sobreactuados, de "mechón lírico" sobre la frente) a sus estancias en Roma, en París o en la Cuba de finales de los 60 y primeros 70, hasta el regreso final ("tocado por dentro, cambiado, como un guante que se estira por el reverso"), a un Chile "dividido en dos lados, polarizado a concho, separado por un abismo", donde se avecina el horror de los torturados y desaparecidos.

El retrato de las etapas de su vida se vuelve testimonio/ confesión de todo un grupo generacional y de los avatares de una nación (de dos: si se tiene en cuenta el gran cuadro de los interiores político-culturales de la Cuba post-revolucionaria en la mejor parte del libro, la segunda). Si los comienzos de la novela son más estáticos, el texto, poco a poco, entra en tono, se anima, gana en peripecia y sentido del humor, consigue que el lector se vaya sintiendo progresivamente implicado y hasta apelado. Aunque un tono de broma sana acompaña toda la narración, momentos concretos de gran comicidad se alcanzan en las páginas que relatan la infidelidad de Teresa y el Poeta en París (con la visita del amenazador marido al hotel pistola en mano) y en la escena del discurso de horas del Comandante Castro en el Teatro Chaplin de La Habana, con un público, más que cautivo, secuestrado (hombres armados junto a las puertas de letrero "Exit", con lo que "Toda escapatoria era imposible"). El proyecto de gran recolecta castrista de caña de azúcar del 69, con los artistas movilizados en camiones, da también mucho juego/ risa. El libro tiene al final tanto de novela a la antigua usanza como de reportaje de toda una época. La tercera y última parte de la obra, donde se narra la decadencia del protagonista, contiene una fuerte autocrítica, el examen de conciencia de Edwards acerca de lo que dio de sí realmente aquel grupo de jóvenes intelectuales "representantes del parnaso chileno", la debilidad e inautenticidad de muchos de los compromisos, y la "perfecta insuficiencia" de la poesía y los poetas oficiales -y no oficiales- en los momentos complejos.

El protagonista (al que Edwards tiene la honestidad de mostrar en sus luces y sombras) asumirá en su edad madura que "Todos eran, ¿éramos?, Rimbauds de segunda fila", y reconocerá también: "a pesar de que había sufrido, y pasado penurias sin cuento, y de que había huido de tantas cosas, tuvo la sensación molesta, casi culpable, de que había arriesgado demasiado poco, de que había vivido, después de todo, en el privilegio, ¡hasta en la molicie!". ¿Pero qué tal concluir, no con la negra decadencia y amargura final del Poeta, sino con el Poeta aún joven, que lo deja todo y huye para encontrar su camino, y que Edwards -también poeta- describe con la exaltación que el momento merece?: "Pero a la vez estaba contento. ¡Sí que lo estabas! Respirabas con todos los pulmones, como un poseído, un iluminado, y de repente cantabas, y sentías que la ciudad entera y hasta la cordillera de los Andes, la bóveda celeste, los celajes acumulados en la distancia, las copas de los pimientos y los abedules del cerro Santa Lucía, eran tuyos. ¡Sólo tuyos!"