Los hombres invisibles, de Mario Mendoza (Bogotá, 1964) es una obra ambiciosa. Y de esa voluntad legítima de altos vuelos proceden tanto sus virtudes como sus defectos. El libro cuenta la historia de Gerardo Montenegro, un actor profesional que, al inicio de la narración, vive sus horas más bajas, pues a las dificultades laborales se le unen la infidelidad y el abandono de su mujer y el hecho de perder, en un breve tiempo, primero a su madre (maniacodepresiva) y después a su padre, de cáncer. Tras una dura fase autodestructiva de encierro, desprecio de sí mismo y absoluta falta de orientación, se decide a cambiar el "guión insípido e insignificante" de su vida y a "parar la representación". Comienza por prenderse del hilo de la historia de un antropólogo -internado en el mismo psiquiátrico que su madre- y de un alumno de éste, ambos obsesionados hasta el delirio por dar con una tribu de hombres invisibles perdida en las selvas del sur de Colombia (Caquetá, Guaviare y Amazonas), de la que hay constancia desde la expedición de Lope de Aguirre en el XVI. Pero antes de lanzarnos a una historia exótica de lejanías, Mendoza -excelente observador del detalle cotidiano- ya nos había atrapado con la tragedia cercana del acompañar del hijo al padre a la residencia de ancianos y a lo largo de su dura enfermedad.
Podríamos calificar este libro de oscilante, debido a los altos y bajos de la inspiración o de la tensión narrativa. Entre los defectos, aparte de la tendencia a desinflarse en algunos tramos y a ofrecer el mensaje excesivamente explícito, la novela abunda (y de qué modo) en el falso tópico de que la vida salvaje es muy superior a la vida civilizada. No menos tópicos resultan su desprecio de lo cotidiano y lo establecido, o muchas de las anotaciones (del diario del antropólogo, que impresionan al protagonista tanto como los pésimos poemas del alumno, que, inexplicablemente, el profesor recuerda de memoria). A diferencia de personajes cuya huida busca un compromiso ético-social (el jubilado Mariano o el literato Simón), encontrar la tribu del Chocó parece ser, para el esteta protagonista, una mera excusa para escapar. Sin embargo, esta narración oscilante levanta el vuelo para no abandonarlo desde los acontecimientos ambientados en Buenaventura, y especialmente, una vez que Montenegro sufre el secuestro de la policía y de las FARC. Toda una visita a variados infiernos y al sinsentido, del que se saca un duro aprendizaje y una interesante llamada a purificarse, a rebelarse contra el vivir en vano, a atreverse a ser otro.