Los amantes de Estocolmo
Roberto Ampuero
2 octubre, 2008 02:00Roberto Ampuero. Foto: Luis Torres
"Uno no puede revelarlo todo de una vez, como una llave de agua abierta al máximo, hay asuntos que deben dosificarse o sólo sugerirse", escribe Roberto Ampuero (Valparaíso, Chile, 1953) en las páginas finales de Los amantes de Estocolmo. Entenderá pronto el sentido de la cita quien se interne en esta novela de 2003 ahora reeditada por Emecé/Planeta, pues si en algo destaca Ampuero es en el manejo y dosificación de los datos e informaciones, en el modo de jugar con los secretos y en la creación de interesantes atmósferas. No es raro que deba gran parte de su fama en Chile e Hispanoamérica a una saga policiaca convertida en superventas.El libro no se sostiene tanto en una prosa deslumbrante o cautivadora como en el buen suspense, la eficacia narrativa y el afecto que se le va tomando a un protagonista capaz de sincerarse ante el lector. Esos son los pilares de la intriga sueca en la que se ve envuelta una pareja chilena -un escritor de novelas policiacas y una bella mujer, actriz frustrada y experta en antigöedades, hija de un duro coronel pinochetista- exiliados en un barrio acomodado de Estocolmo, frente al Báltico, con la intención de escapar de su pasado. Las circunstancias poco claras de la muerte de una vecina inician un relato capaz de atraer desde los primeros compases. Roberto Ampuero ahonda especialmente en el examen de las relaciones de pareja, en el significado de las infidelidades, en el abismo quizá insalvable y trágico que separa la sensibilidad de hombres y mujeres, en el desgaste que los matrimonios padecen con el tiempo: todas esas zonas que quedan en sombra y que hacen crecer la incomunicación y la distancia.
Entre los defectos de la obra, el abuso de algunas pasivas malsonantes del tipo "son manejadas" (pag. 18) o "fue tomada" (pag. 22) -quizá deslices de su educación alemana y de sus muchos años entre la antigua Alemania del Este y la Alemania Federal-. Hay expresiones descuidadas como "al lado mío" (p. 115), o un "aliciente" donde debería decir "atenuante" (p. 149). Con todo, no son defectos que enturbien el efecto de conjunto de una obra que sabe ser además un duro retrato del desarraigo personal, de la falta de patria, una crítica a los sistemas políticos y al cambio de mundo sobrevenido tras la caída del telón de acero: lo que el destino deparó a ganadores y perdedores, las heridas de la Historia y las componendas de una "amnesia acordada" (p. 168) en Chile o en Europa. Una mención especial requiere la convincente y lograda figura del inspector Oliverio Duncan. Sería ya recomendable esta lectura como retrato detallado de la forma de vida sueca comparada con modelos tan diferentes como el nuestro. Esa Escandinavia magníficamente descrita en p. 117: "Escandinavia, donde existir es más bien un acto de fe y disciplina, una espera incierta por el verano, por esa minúscula y veleidosa tregua que a veces brinda el frío".