Novela

Los hombres que no amaban a las mujeres

Stieg Larsson

30 octubre, 2008 01:00

Trad. de Martin Lexell y Juan José Ortega Román. Destino. Barcelona, 2008. 672 páginas, 22’50 euros


Periodista comprometido, investigador riguroso de los vínculos entre la extrema derecha europea y los círculos políticos y financieros, reportero de guerra y aficionado a la novela negra y la ciencia ficción, Stieg Larsson (Skelleftehamn, Suecia, 1954 - Estocolmo, Suecia, 2004) compuso clandestinamente una trilogía cuyo desenlace coincidió con su muerte prematura. La desaparición de una joven en circunstancias nunca esclarecidas eludirá el olvido gracias a la tenacidad de su tío, Harriet Vanger, y a la de un polémico periodista, Mikael Blomkvist, que intentarán resolver el caso, sin contar con ninguna pista inicial, salvo las flores anónimas enviadas cada año en la fecha de su cumpleaños. Asesinada, secuestrada o simplemente desaparecida por el deseo de cambiar de vida, Harriet Vanger pertenece a una familia acaudalada e influyente, dividida por la ambición, la insensibilidad y el egoísmo.

Mikael Blomkvist, encarnación del espíritu tenaz e inconformista del periodismo de investigación, hallará un atípico complemento en Lisbeth Salander, detective privado, con el mismo grado de inadaptación social que los personajes de Hammett, seres marginales en busca de redención, indiferentes a la crítica social, pero con la necesidad de obrar de acuerdo con un código moral, que les permita acceder al cuarto oscuro de la condición humana, sin perder su honestidad o contagiarse de los impulsos que desencadenan la crueldad y el asesinato.

Blomkvist y Lisbeth componen una pareja que refleja la evolución del género policíaco. Con una credibilidad cuestionada por un proceso judicial, Blomkvist no concita la simpatía de Wallander, más tierno e intuitivo, menos arrogante y perfeccionista. La fría meticulosidad de Blomkvist puede encender la antipatía del lector. Lisbeth seduce, pero con la fascinación de lo terrible o monstruoso. Tatuada al milímetro y sometida a la estricta disciplina del piercing, su cuerpo lacerado recuerda la estética del bondage, pero también el martirio de místicos y ascetas, que recurren a la penitencia y los cilicios para conseguir la amistad de Dios. Lisbeth no se cobija en un hábito, sino en una cazadora de cuero, que manifiesta su vocación de transitar por la periferia de la sociedad, lejos de la mediocridad y los convencionalismos.

El estilo de Larsson -parco, eficaz, minimalista- evoca la solvencia de los artesanos del cine clásico norteamericano, que no pretenden reivindicar la condición de autores, sino su solidez como artífices de una historia. Larsson no necesita grandes golpes de efecto para sostener el relato. Tampoco se entrega a la banalidad. La novela no se muestra nada complaciente con la sociedad sueca, donde el 18% de las mujeres han sido agredidas o amenazadas. La violencia explícita o las perversiones sexuales que acontecen las últimas páginas brotan de la necesidad de mostrar la trastienda de un país, con una fachada de respetabilidad tan precaria como el talante filantrópico del doctor Jekyll. Larsson forma parte de una nueva generación de escritores que han devuelto a la literatura el puro placer de contar, narradores puros que conservan la ilusión infantil de asombrarse y asombrar.