Image: La línea Plimsoll

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Novela

La línea Plimsoll

J. Gracia Armendáriz

20 noviembre, 2008 01:00

J. Gracia Armendáriz

Premio Tiflos. Castalia, 2008. 250 páginas, 12’50 euros.

El escritor navarro Juan Gracia Armendáriz (1965) ha publicado un libro de poemas, tres de relatos y una novela (Cazadores, 2002) que no he visto y que procuraré localizar, porque en La línea Plimsoll hay un narrador excelente emparejado con un excelente prosista; una circunstancia no muy frecuente en nuestros días, que aconseja seguir con detenimiento la trayectoria de este autor. La línea Plimsoll -que designa el nivel máximo de carga que una embarcación puede soportar sin hundirse-se aplica aquí, claro está que metafóricamente, al personaje central y casi único de la narración: Gabriel Ariz (repárese en la semejanza parcial, sin duda calculada, de su nombre con el del propio autor), un profesor universitario de arte sobre el que las desgracias van acumulándose sucesivamente: pierde a su única hija en un accidente, sufre la ruptura de su matrimonio por decisión de su mujer y, por último, debe pedir la baja en su cátedra al descubrírsele una grave dolencia renal que exigirá prolongadas sesiones diaria de hemodiálisis. ésta es, en síntesis, la historia que encierra la novela. Pero se trata de una síntesis engañosa. En primer lugar, porque los hechos no se cuentan de este modo simple y lineal, sino que surgen mediante informaciones parciales que se acumulan sin orden cronológico; en segundo, porque tampoco esa historia rápidamente esbozada es lo que interesa. En el tema que verdaderamente importa confluyen motivos diversos y complementarios: la soledad, en primer lugar, seguida de un cortejo desolador: la enfermedad, la erosión del tiempo, la búsqueda a tientas de la felicidad, la pérdida progresiva de ilusiones. Gracia Armendáriz no se ha propuesto escribir un relato amable, entretenido y lleno de peripecias, sino bucear en el interior de una conciencia, contemplar a un personaje en su declive sin olvidar por ello las evocaciones esporádicas del ser que fue antaño; hurgar, en suma, en los entresijos de un sujeto al que acabaremos conociendo mejor por dentro que por fuera.

Estamos ante una novela psicológica sin psicología, porque, con indudable talento narrativo, el autor elude cualquier asomo de disquisición teórica y se limita a describir y relatar hechos, a no dejar al albur ningún dato del conjunto -ni siquiera el nombre del gato-, a registrar percepciones sensoriales, a dar cuenta de los sonidos aislados que irrumpen en el caserón vacío que habita el personaje: el timbre insistente del teléfono, el zumbido de un insecto, el chirrido de un somier. De estos y otros elementos narrativos va surgiendo poco a poco el tropel de informaciones que el lector recopila acerca del mundo interior de Gabriel Ariz, antes profesor y crítico brillante -también acomodaticio, como refleja el contraste entre la crítica que debió escribir y la que finalmente publicó (pp. 51-53)- y cuyo progresivo ensimismamiento, equidistante entre la soledad y la amargura, se refleja en esa constante y minuciosa atención a detalles y sensaciones que el narrador consigna con precisión de naturalista: el frugal desayuno junto al gato, el trayecto del topo bajo tierra, el memorable recorrido mental por el interior del cuerpo (pp. 84-87), las sesiones de hemodiálisis, los olores del bosque… Pocas veces se producen desequilibrios relevantes en el ritmo narrativo, cuyo único elemento discutible o tal vez erróneo son algunas de las páginas del diario de Laura, tanto por su hallazgo -resulta incongruente que la muchacha lo interrumpiese cuando parecía brotar una etapa de felicidad en su vida- como por el modo de deshacerse de él. Por otra parte el autor, en su deseo de dar entrada a otra voz narrativa distinta, prolonga excesivamente los fragmentos de este diario, que, además, hubieran debido diferenciarse más por su lenguaje, demasiado cercano al del narrador: "La ciudad estaba recogida sobre sí misma, como yo, bajo ese cielo que parecía de escayola sucia" (p. 187).

En esta hondura que el autor ha sabido insuflar en una historia llena de elementos triviales y hasta tópicos es donde reside el mérito principal de La línea Plimsoll; es precisamente esa conversión de lo cotidiano en singular lo que permite augurar, con poco margen de error, las posibilidades de un narrador auténtico.