Image: Pacífico

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Novela

Pacífico

J. A. Garriga Vela

11 diciembre, 2008 01:00

J. A. Garriga Vela

Anagrama, 2008. 176 pp., 15 e.

Las historias contadas en buenas novelas abundan por doquier, desde las aventuras en cualquier lugar del mundo hasta las que Luis Mateo Díez llamó "aventuras a la vuelta de la esquina", que tanto pueden suceder en una calle de la provincia del hombre como en la mente de un ser humano atormentado por un conflicto. Decía Galdós que toda persona lleva consigo una novela. Sólo hay que descubrirla y saber contarla. En esta tarea creadora se va consolidando con creciente fortuna el arte narrativo de José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954), caracterizado por su concentración en espacios y ambientes reducidos donde viven personajes ensimismados, como sucedía en Muntaner, 38 (1996), con la que obtuvo el reconocimiento de la crítica, y como puede apreciarse ahora en Pacífico, su mejor novela junto con la citada, construida también con una estética de elementos mínimos en su minuciosa exploración interior de un microcosmos formado por unos pocos vecinos de una calle de cualquier ciudad española en los años 60 y 70.

La novela desarrolla una historia familiar que transcurre en torno a la calle Comercio. La familia que la protagoniza está formada por los padres y sus dos hijos, más un periodista que tiene alquilada una habitación. El hijo menor es el narrador que cuenta en primera persona la vida que observa en su entorno, y lo hace desde su singular perspectiva de quien ha ido creciendo desde niño hasta adulto con veintantos años. El narrador y su hermano Sebastián viven en una familia modesta. Su padre es viajante de comercio y su madre comadrona. Los hijos han crecido oyendo hablar de los héroes de su padre, todos deportistas, como Uzcudun, Fangio, Di Stéfano, Blume o Estelita Raval. Cada uno de aquellos héroes era el dueño de su parcela deportiva. En cambio, cuando al padre, a quien su hijo menor llegó a considerar un héroe por haber salvado a un niño en la playa, le pregunta Sebastián de qué son ellos dueños, la respuesta da lugar al motivo estructural que abre y cierra la historia familiar: "somos dueños de la desgracia" (págs. 13 y 144). Y en el piso de al lado vive la chica que le gusta al narrador, pero Marta acaba marchándose de allí y casándose con Sebastián, lo cual propicia la desdicha del narrador y al final arrastra a Sebastián a la más profunda desgracia.

Desde temprana edad el narrador quiere ser escritor y con tal motivo se imagina sus héroes, que, lógicamente, son escritores. En su pensamiento destacan dos sobre todos: Hemingway, novelista de la experiencia y hombre de vida aventurera, y Kafka, novelista de la conciencia y hombre de vida gris empleado en una oficina de seguros. Con la vida del americano coinciden algunos hitos en la del narrador, que hizo la primera comunión el día que aquél se suicidó. A la de Kafka se acerca en su trabajo en compañías de seguros. Entre ambos modelos el narrador va aprendiendo la lección del checo, que consiste en mirar al fondo de las personas y descubrir las pasiones y desgracias de la vida que pueden llegar a transformar la existencia cotidiana en algo irreal.

He aquí la mejor lección de esta ejemplar novela. En contraste con el modelo de pasión y aventura encarnado por Hemingway, el narrador de Pacífico ha sabido "volar hacia lo hondo", tras el magisterio de Kafka, descubriendo y sabiendo contar, con ironía y humor, el desgraciado final de su padre en la pensión Ambos Mundos (así se llama el hotel donde Hemingway se hospedaba en La Habana) y después en su propia casa, la turbia experiencia de Marta con su padre y la terrible desgracia de su hermano, sólo creíble por estar primero anunciada, luego contada de modo elíptico y finalmente, con la verosimilitud ya conseguida, explicitada en el texto.

El mayor acierto de esta valiosa novela de aprendizaje es haber sabido explorar con hondura las contradicciones de una historia familiar de náufragos en desgracia, con un narrador en proceso de maduración hasta salvar la verosimilitud de su inaudito final y redondear un texto escrito en una prosa de cuidada elaboración literaria.