Novela

Un lugar llamado Oreja de Perro

Ivan Thays

18 diciembre, 2008 01:00

Finalista del premio Herralde. Anagrama. Madrid, 2008. 213 páginas, 16 euros

A diferencia del año pasado con el inefable Antonio Ortuño, ha tenido este año el premio Herralde un finalista no sólo digno, sino extraordinario, en la figura de Iván Thays (Lima, 1968), autor, con razón, respetado y admirado por sus compatriotas Mario Vargas Llosa o Alonso Cueto. Muy buena tiene que haber resultado a ojos del jurado la novela ganadora (del mexicano Daniel Sada) para imponerse a la rotundidad literaria de una obra tan brillante, lúcida y conmovedora como este Un lugar llamado Oreja de Perro. En ella se cuenta la historia de un reportero de revista (con un "glorioso" pasado de presentador televisivo) que recibe el encargo de trasladarse junto con su fotógrafo Scamarone a las irrespirables alturas de un poblado deprimido del Perú para cubrir allí la información de una visita del presidente Toledo (ya en horas bajas) en el marco de su "programa social" y de una Comisión de la Verdad sobre la vulneración sistemática de los Derechos Humanos que tuvo lugar desde los años ochenta. Una obsesión preside el libro y la mente del protagonista: el mal y la crueldad de la que los hombres son capaces, pero también un deseo, un lema, una rebelión: la no aceptación de que el horror y el dolor se instalen entre nosotros como datos consabidos o leves costumbres soportables. Desde el albergue de esa aldea opresiva situada a más de tres mil metros de altitud, tomada por policías y militares que inspiran más miedo que seguridad (son precisamente los verdugos de esos "cholos"), la delegación de periodistas aguarda al gobernante que no acaba de llegar. El tiempo de esa espera dará para que, mediante una entonada evocación, comprendamos que ésta es realmente la historia de dos pérdidas, no sólo la padecida por aquella población, sino otra mucho más personal e íntima, irreparable, insuperable en la vida del protagonista: su hijo Paulo, que -como se detalla en un conmovedor relato- murió de repente con sólo cuatro años. Sabremos también, desde esas altitudes inhumanas, que su actual mujer, Mónica, la madre de aquel niño, está en trance de separarse de él, e incluso tal vez ya lo haya abandonado. Y de ahí, al descubrimiento de la vulnerabilidad personal y a una magistral disección de la culpa y de la memoria como "espía" implacable y despiadada. La culpa que uno se arrastra en adelante hasta desfigurarnos y volverlo todo vano.

Un texto, en definitiva, detallado e intenso, lleno de dramatismo pero también salpicado de pasajes de humor. Construido con la prosa madura y segura de un narrador sólido, que sabe atender a los registros del habla y apuntar al núcleo de las cosas hasta estremecernos. Novela terrible, sí. Y en la misma medida hermosa.