Image: Memorias de un hombre de madera

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Novela

Memorias de un hombre de madera

Andrés Ibáñez

5 junio, 2009 02:00

Andrés Ibáñez

Premio Tristana 2008. Menoscuarto. Palencia, 2009. 185 páginas,19 euros

Desde su aparición en 1995, Andrés Ibáñez (1961) dejó bien claro su propósito de crearse un espacio novelesco propio de tipo alegórico. De la impetuosa mezcla juvenil de cultura y pensamiento volcada en grandes construcciones globalizadoras perviven en Memorias de un hombre de madera el anclaje fuera del realismo y unas dotes sobresalientes de narrador.

Mediadas sus memorias, Esteban, "el hombre de madera", como se refiere a sí mismo el protagonista, confiesa que su deseo "secreto, abrasador y único" es convertirse en una verdadera persona al igual que Pinocchio quería ser un niño de verdad. No existe otra información concreta relevante acerca del carácter excepcional del personaje, cuya auténtica identidad sólo se esclarece en el último tercio. Lamento no poder despejarla por no desbaratarle a nadie la lectura, aunque me vendría muy bien hacerlo, y nada más diré que se trata de una novela futurista de ficción científica.

Hasta que se patentiza el carácter fantástico de la trama, ésta sigue los derroteros de un relato de maduración, el de un Esteban que todavía a sus 37 años lucha por entenderse a sí mismo y al mundo. El desarrollo de esa anécdota se monta a partir de magníficos materiales. Destacan el grupo estrafalario y entrañable de personajes originales (el ebanista Esteban, su "maestro", una enamorada y un librero comunista) y las situaciones ocurrentes (los ejercicios de un Club de Buscadores de la Montaña del Alma o una conferencia sobre "Las relaciones sexuales en la época de la física cuántica"). También deben subrayarse las cuestiones, unas profundas y otras peregrinas, debatidas con fina ironía en vivaces diálogos. En fin, acompaña la afortunada complementariedad de un aparente costumbrismo y una atmósfera algo extraña.

Toda esta parte tiene como fondo una amena exposición sobre la identidad, el enigma del otro, la sensación de que algo nos falta, la incertidumbre de lo verdadero y el anhelo de "ser reales" y de saber "quién Soy". Cuando la obra despeja el misterio, se adensan esos asuntos en una espiral de problemas relacionados con la percepción del mundo. Sin retóricas alambicadas ni culturalismos impostados, se acumulan incertidumbres antiguas: la calderoniana de la vida como sueño, la frontera entre realidad y apariencias barroca, y la duda existencial de si sería preferible vivir siempre a morir. Además, el presente aporta la intrigante realidad virtual.

Utiliza Ibáñez su jugosa historia como palanca para que el lector se plantee esas imperecederas cuestiones que afectan a nuestra naturaleza. La eficacia de la novela es, en este sentido, absoluta por conjugar entretenimiento, densidad, refle- xión, humor y ternura, y por servir todo ello mediante una prosa que fluye con una naturalidad que arrastra al lector como sin querer. No comparto el final feliz. Anda más cerca lo humano de ser la bestia destructiva que sostiene el librero que de la estampa rosa que se nos pinta. Pero no quiero aquí discutir ese mensaje idealista sino subrayar la gran calidad literaria de la magnífica novela que lo contiene.

ALGO PERSONAL

Con lo que está cayendo, ¿es la ciencia-ficción la mejor manera de evadirse a la realidad?

-No. En la ciencia ficción clásica el tema era el futuro. Pero ya estamos en el futuro, y la ciencia ficción trata del presente.

Si aplicasemos la teoría de Sabino, ¿en el gremio de editores predominan los imbéciles, los cabrones o los mierdas?

-En general, no estoy muy de acuerdo con las ideas de mi personaje Sabino.

¿Con qué sueña ahora, literariamente, Andrés Ibáñez?

-He terminado una novela que a lo mejor resulta ser mi mejor obra, no lo sé. Yo vivo frente al sol de la literatura. A la que tengo, como Whitman al sol poniente, adoración sin límites.