La casa del propósito especial
John Boyne
6 noviembre, 2009 01:00John Boyne. Foto: Antonio Moreno
La muerte de los Romanov parece un terrorífico cuento de hadas. El asesinato de la familia real en un sótano ha inspirado ficciones tan truculentas como improbables, donde se especulaba con la supervivencia de alguna de las víctimas o se fabulaba sobre las últimas horas de una estirpe maldita. Los Romanov encarnan el fin de una época que discurrió entre la delicadeza y la brutalidad, el refinamiento y la degradación moral. John Boyne (Dublín, 1971) ha escogido este escenario para publicar su nueva novela. Georgi Danilovich Yáchmenev encara la agonía de su esposa Zoya, evocando sus años como miembro de la guardia personal de Alexis Romanov, el pequeño zarévich que -sin la revolución de Octubre- habría ocupado el trono de todas las Rusias. Sobre esta trama, Boyne reconstruye el esplendor de la época imperial, la rutina invisible de una corte con un protocolo bizantino, las intimidades de un linaje que invoca a Dios para justificar sus privilegios, las tensiones que alentaron la sublevación bolchevique, la abdicación forzosa, el confinamiento en Ekaterimburgo y la terrible ejecución. Sin embargo, una vez más la historia de los Romanov no finaliza en casa Ipátiev la madrugada del 18 de julio. Sin miedo a la redundancia, Boyne rescata la figura de Anastasia, urdiendo una serie de giros sorprendentes que actualizan el mito.Con El niño con el pijama de rayas (2006), Boyne consiguió el éxito internacional, que incluyó la previsible adaptación cinematográfica. La proliferación de novelas, ensayos y trabajos históricos sobre el exterminio de los judíos europeos ha producido cierta saturación que conspira contra la sensibilidad moral. El Holocausto se ha convertido en una categoría cultural, pero bordea el agotamiento antes de consolidarse como concepto perdurable. Al igual que Tarantino en Malditos bastardos, Boyne ha transformado la biopolítica nazi en un relato inverosímil. Tarantino no pretende ajustarse a la realidad. Se conforma con divertir y conmover. En cambio, Boyne intenta que la peripecia del niño deportado y el hijo de un oficial de las SS se aproxime a los hechos. Es suficiente leer a Imre Kertész o Primo Levi para comprobar que se trata de una impostura.
La casa del propósito especial emplea los mismos recursos narrativos que El niño del pijama de rayas: una prosa fluida -eficaz, pero despreocupada por el estilo-, una intriga policiaca, la revisión de un acontecimiento capital en el devenir de nuestra cultura, personajes con los que resulta fácil simpatizar -aunque escasamente creíbles-, una tendencia persistente al melodrama, un desenlace impactante. A semejanza de otros escritores de su generación, Boyne se dirige a un público amplio y reacio a las dificultades. No puede estar más lejos de Juan Gil-Albert, que en El retrato oval se aproxima a los Romanov, con un planteamiento de notable originalidad, mezclando lo personal y lo histórico. Si por el índice de ventas Gil-Albert roza el umbral de las películas de serie Z, Boyne no puede -ni pretende- desprenderse del estigma de las grandes superproducciones, tan ambiciosas en lo económico como conformistas en lo artístico.
Boyne podía ser otro escritor. Se aprecia en su forma de abordar la soledad, la muerte o las diferencias generacionales. Su comprensión de la miseria es muy irlandesa, su desparpajo recuerda esa ironía de los grandes autores anglosajones, que oponen a la adversidad un humor imbatible, pero de momento esas posibilidades se malogran por el deseo de preservar las dosis de ternura y esperanza que garantizan la adhesión del lector poco exigente. Boyne transita por el mismo camino que Dickens, eludiendo esos paisajes desolados que nos hacen pensar que Shakespeare no se equivocaba, cuando afirmaba que el mundo es un cuento contado por un idiota.