Image: Bosque frío

Image: Bosque frío

Novela

Bosque frío

Patrick Mccabe

18 diciembre, 2009 01:00

Patrick Mccabe

Traducción de M. Souto. Umbriel. 220 pp. 15 euros


Hay pocos lectores dispuestos a reconocer el deleite que les produce la narración de un crimen, pero la proliferación de novelas, películas y estudios psicopatológicos corrobora que existe una curiosidad universal por comprender la mente de los asesinos. Patrick McCabe (Irlanda, 1955) contribuye a esta causa con un relato intenso y desinhibido, de notable valentía moral y con ese talento periodístico que identifica de inmediato lo esencial, despreciando cualquier referencia innecesaria. La prosa de McCabe es precisa, nada digresiva. No es fácil reunir todas las piezas que configuran la perspectiva de un asesino, recreando los pasos que conducen a la desintegración de la sensibilidad moral y a la vulneración de los tabúes más arraigados.

Los protagonistas de novela (Redmond Hatch, un periodista de mediana edad, con un matrimonio roto, un mediocre porvenir laboral y una hija ausente; Ned Strange, violinista entrañable, amante de los niños, ingenioso narrador, viejo, borracho, locuaz, inquietante) podrían confundirse con gente corriente, pero las apariencias engañan. Ambos viven en un terreno repudiado por la sociedad, donde la razón ha claudicado frente a las perversiones más inaceptables. Sus diferencias son circunstanciales. Hay una simetría oculta que les une. Son humanos, pero hay algo que les separa de forma irremediable del resto de sus semejantes. McCabe nos obliga a leer hasta el final. Strange habla sin cesar, encendido por el alcohol; Redmond es más reservado, pero los dos actúan impulsados por las mismas pasiones, que les condenan a vivir un infierno, donde la memoria deforma los recuerdos para urdir un simulacro de normalidad.

Bosque frío evoca las películas más turbadoras de Hitchock, como Psicosis o Frenesí. De hecho, el inesperado final incluye una escena inspirada en la famosa secuencia de la ducha. McCabe cumple las expectativas de entretenimiento asociadas al género policíaco, pero no se conforma con empujar al lector hacia una resolución que resuelve brillantemente todos los enigmas. Su fibra periodística se pone de manifiesto en la determinación de no retroceder ante los aspectos más enconados de la realidad. La violencia sexual contra la infancia se encumbra a sí misma en el vértice más alto de la infamia. Sólo falseando la historia podríamos negar su presencia en todas las culturas. Los niños siempre han sido objeto de abusos. Dickens nos acercó a su sufrimiento y Dostoievski llegó a impugnar la existencia de Dios, alegando que el ultraje de un inocente es incompatible con la idea de un universo inspirado por el bien. McCabe se conforma con indagar en los oscuros resortes que actúan en la cabeza de un adulto para atentar contra la vida de un niño. Podemos asegurar que consigue su objetivo con creces, pues Bosque frío es una novela tan insoportable como la realidad.