Los que rugen
Care Santos
15 enero, 2010 01:00Caere Santos. Archivo de la autora
Fantasmas en sentido literal escasean en Los que rugen, pero sí se hallan muertos que vuelven, presencias enigmáticas, presagios y otras variantes del misterio. También funciona un factor en el que ya se ha apoyado la autora en otras ocasiones, el azar o la casualidad como elementos rectores de la vida. La primera de las dos partes ("Ellos") se sostiene nada más en la constatación de casos que inspiran desconfianza en la realidad. La segunda ("Nosotros") se abre algo al verismo cotidiano. Pero en ambos bloques Care Santos se aplica a desmontar una percepción racionalista del mundo y a transmitir al lector sensaciones de inseguridad frente a la realidad empírica.
Este claro objetivo se materializa con desigual fortuna. Los fantasmas -aquí sí- de "Por las noches aullamos" se asocian a un apocalipsis urbano de lobos que se adueñan de una ciudad carcomida; pero sólo se consigue un comedido terror. La inquietante indagación en los límites de obsesión y locura en "Confesión" no se beneficia de la desenfadada incorporación de dos colegas, Antolín Rato y ángela Vallvey. Lo contrario ocurre cuando la propia autora se suma a la anécdota. Su presencia en "Defensa y ataque" agrega una especie de autenticidad a la historia de una niña solitaria y mal integrada que acaba con un inesperado desenlace habitual de los cuentos más logrados.
Los que rugen ofrece un buen nivel de interés anecdótico y una sostenida dignidad artística. Solo uno de los textos defrauda, "Marcar un gol". Refiere la venganza que una chica maltratada por sus compañeras de colegio consuma cuando ha alcanzado algún poder. Resulta fallido por su explícito mensaje didáctico y disuena en el conjunto por su realismo costumbrista. Varios cuentos quedan por encima de la media del libro y uno, "Círculo polar ártico", tiene factura y resultados excelentes. En él se presenta el viaje de un periodista a aquel remoto paraje para retratar la concentración de pájaros frailecillos listos para emigrar. El silencio y la soledad del fantasmagórico lugar provocan una dura experiencia íntima. Con pocas palabras y con estilizadas impresiones la autora levanta un testimonio vivaz de las secretas amenazas capaces de paralizarnos. Acierta de lleno Santos en ese sugerir más que explicar y en tal registro se halla su mejor veta.