Image: La brújula de Noé

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Novela

La brújula de Noé

Anne Tyler

19 febrero, 2010 01:00

Anne Tyler. Foto: Diana Walker

Traducción de Gemma Rovira. Mondadori, 2010. 288 páginas. 22'90 e.


En su bíblico viaje Noé no necesitó echar mano de la brújula. El motivo, "No había adónde ir. Él solo pretendía mantenerse a flote". Este es el razonamiento que Liam Pennywell, protagonista de La brújula de Noé, ofrece a su nietecito en su intento de explicarle algunos pasajes de la Biblia. Y como si fuera una metáfora de su vida, el bueno de Liam, a quien acaban de despedir de su trabajo a los sesenta años, tampoco tiene a dónde ir y no sabe cómo mantenerse a flote, todo un logro.

Pero no adelantemos acontecimientos. Liam, como se ha mencionado, acaba de ser despedido del colegio donde enseñaba historia. Acepta con resignación filosófica, su verdadera formación, las cosas como vienen, e incluso consuela al director cuando le comunica la noticia. Su nueva situación económica motiva la mudanza a un apartamento más humilde, y la primera noche sufre un asalto. No recuerda nada, sólo que se acostó en su cama y se despertó en la de un hospital, pues "su mente estaba en blanco" (p. 41). En la consulta de un neurólogo conoce a Eunice Dunstead, una suerte de "recordadora a sueldo" (p. 63) que trabaja para un olvidadizo hombre de negocios. Comienza entonces una particular relación entre ambos -aunque Liam supere con creces los 38 años de Eunice-, en la que el protagonista encontrará la compañía y el cariño que a duras penas consigue de sus tres hijas. Pero Eunice está casada, un detalle que no había mencionado, y Liam debe replantearse si inicia una tercera relación seria después del suicidio de su primera esposa y el divorcio de la segunda.

En esta su decimoctava novela, Anne Tyler (Minneapolis, 1941), galardonada con el Pulitzer en 1989 por Breathing Lesson, recrea una situación de corte similar a la ya conocida en su popular El turista accidental, cuando Muriel, la singular adiestradora de perros, entra en la vida del "corriente" Leary. Ahora es Liam, un hombre que "Hacía años que no tenía ningún tipo de vida amorosa. Parecía que hubiera renunciado, más o menos, a esas cosas." (p. 114), quien conoce a Eunice y su apacible y organizada vida se sacude con la fuerza del terremoto. "No me siento especialmente desgraciado, pero no encuentro ningún motivo especial para seguir viviendo" (p. 221) es el secreto más íntimo que Liam escribiría en una postal para leerla en público, y su reflexión parece evocar el reverso de aquella confesada por Todd Andrews en La ópera flotante de Barth: "No hay ninguna razón para vivir (o suicidarse)".

Tyler nos presenta tipos corrientes, tan alejados del modelo del héroe como del antihéroe, anodinos, pero llenos de matices, perspectivas y detalles. Para cualquier mortal la amnesia de una noche sería un asunto banal, sin embargo para Liam se convierte en algo trascendental, pues "Me estoy perdiendo un fragmento de mi vida." (p. 37). Tyler maneja magistralmente la búsqueda de ese recuerdo perdido, una búsqueda que no sabe dónde le conducirá y, lo más importante, qué consecuencias tendrá. Sus hijas tienen su propia vida e incluso pudiera pensarse que el padre solitario representa ahora un incordio aunque haga las funciones de canguro. La respuesta tal vez la tenga su propio padre, quien les abandonó siendo Liam un niño: "Yo no era ningún villano. Lo que pasaba era que no soportaba la idea de morirme sabiendo que había malgastado mi vida. Solo quería mi parte de felicidad." (p. 195). Si acaso, resulta extraña la escasa atención prestada al suicidio de su primera esposa.

Tan encomiable como el diseño de personajes resulta su estilo narrativo. Indudablemente Anne Tyler es una de las escritoras más precisas y preciosistas del panorama literario norteamericano. El equilibrio entre lo novelable y lo novelado alcanza la perfección. Escribe con la agudeza de un autor de relatos, y la economía de un poeta… y al mismo tiempo logra que los más efímeros detalles resulten trascendentales: "Liam desvió la mirada hacia su café. A juzgar por la espuma que flotaba en la superficie, le pareció que podía ser instantáneo." (p. 101). Pocas veces encontramos una escritura tan deliciosamente elegante.