Lausana
Antonio Soler
19 marzo, 2010 01:00Antonio Soler. Foto: Jesús Domínguez
Esta biografía evocada de manera fragmentaria y no lineal, con una sintaxis plagada de enunciados nominales encaminados a reproducir los pensamientos sueltos que se enlazan en el soliloquio, es la de una mujer de acusada sensibilidad, hija de un exiliado tardío, que ha pasado por algunas etapas de felicidad y muchas de amargura y desesperanza y en cuya trayectoria vital no existen, en suma, peripecias de gran relieve. No es, por tanto, esta historia personal lo que puede suscitar el interés del lector, sino la intensidad con que se evocan ciertos hechos, las reflexiones íntimas, la prolongada introspección que nos sumerge en estratos psicológicos hasta convertir a un sujeto aparentemente gris en un ser complejo y lleno de matices. Es la literatura lo que da relieve a las cosas. Una literatura a veces demasiado ostensible (véanse las construcciones paralelísticas sobre tres personajes enumeradas en las páginas 122-123), plagada de símiles e imágenes y entreverada de asociaciones literarias o culturales. En cierto momento, y en un contexto metafórico (p. 116), la proximidad del sustantivo cuchillas, el adjetivo cortantes y la acción mover un párpado delatan el recuerdo de Buñuel; en otro lugar (p.118), la frase "el reloj con las agujas verdes amenazándola, esa guillotina inmutable" remite a Poe. La calificación de un trabajo como "exhaustivo, impecable e implacable" (p. 115) recuerda inevitablemente la fórmula acuñada por Ortega al referirse a la prosa de Miró. Hay también algún homenaje literario, como el de un fugaz personaje caracterizado como "mago de cabaret", que es "un tipo educado […] y con un suave acento andaluz" y responde al nombre de "Rafael Pérez Estrada" (p. 160). Por otra parte, la narración en primera persona permite una mayor interiorización, pero tiene sus riesgos. En sus evocaciones afirma la narradora: "De niña imaginaba que al atravesar las nubes, los rayos de sol llegaban al suelo arrastrando parte de la esencia de los santos y de las personas muertas que vivían entre esas nubes" (p. 119). ¿Es esta idea verosímil como reflexión infantil o se trata más bien de una intromisión de la narradora adulta?
Poco hay que añadir acerca de la prosa del autor, con una tendencia tal vez excesiva a la "literaturización", a la sobreabundancia de imágenes que, aun con frecuentes hallazgos expresivos, dañan un tanto la verosimilitud narrativa del monólogo. Los descuidos, escasísimos: "las antípodas" (p. 114), "punto y final" (p. 184), amén de algún uso exótico ("se le iba descoloriendo", p. 146).