Naturaleza muerta
Antonia Byatt
9 abril, 2010 02:00Antonia Byatt
La acción continúa girando en torno a la familia Potter, y pivota fundamentalmente alrededor de los tres hermanos, Frederica, Stephanie y Marcus. Transcurre a mediados de los 50 (aunque el Prólogo se feche en 1980). Stephanie, quien se casaba en La virgen en el jardín, acaba de tener un hijo; la vida familiar ocupa todo su tiempo y no puede sino añorar aquellos días de debates intelectuales.
Frederica continúa tan entusiasta como siempre y, con algún que otro flashback y progresión, se nos cuentan sus años universitarios en Cambridge, aunque "una cosa que, al fin y al cabo, no hizo fue vivir en el mundo teatral de Cambridge tal como había soñado que haría" (181).
Y por último Marcus, tan perdido y descentrado como antes, ha encontrado una suerte de refugio en casa de su hermana Stephanie, para disgusto y enojo de David que apenas si puede soportar su presencia, y continúa intentando hallar un sentido a su vida. También encontraremos viejos conocidos, como el colega de Bill Potter, el padre de ellos, Alexander Wedderburn, aquél que escribiera la obra teatral Astrea en la que Frederica interpretó el papel de Isabel. Alexander está preparando ahora una obra sobre Van Gogh que piensa titular La silla amarilla.
Y es en cierta forma Van Gogh el centro neurálgico de la obra. No tanto por su presencia real, aunque se citen repetidamente pasajes de la correspondencia con su hermano Theo, sino como referente conceptual. Indudablemente Antonia Byatt es una autora muy exigente con sus lectores; apreciar en todas sus posibilidades lo que tiene que ofrecernos requiere una formación, unos conocimientos culturales, una capacidad crítica especial. Nos vemos en la necesidad de detenernos con relativa frecuencia para recapacitar sobre lo leído. "Yo imaginaba que podría escribir esta novela de forma inocente, sin recurrir a los pensamientos de otras personas, sin recurrir -en lo posible- a comparaciones o metáforas. Pero la idea resultó impracticable: es absolutamente imposible…" 169).
Efectivamente la metáfora impregna cada página de Naturaleza muerta. Frederica -un auténtico alter ego de la propia autora- asume que "el sexo constituía un problema y una cierta amenaza" (183). Por su parte, Stephanie, recreándose en su auto indulgencia unas veces y en la pena en otras, no logra sino entender que "El fracaso se contagia, se transmite. A diferencia de la euforia, se dijo Stephanie, pensando en Frederica. Era curioso que el triunfo no pudiera compartirse." (43). En estas novelas el desarrollo resulta más importante que el desenlace. Sin embargo, aquí sí que creemos encontrarnos ante la resolución del dilema al que apriorísticamente se ha enfrentado Stephanie. Y el resultado se antoja un tanto sorprendente por su componente "moralizante". Lo que suele ignorar la autora de Posesión.