Libro de los muertos
Elias Canetti
21 mayo, 2010 02:00Elias Canetti. Fotto: Archivo
El legado de Canetti no se extingue con estos fragmentos. Hay más inéditos; algunos han aparecido recientemente y otros no serán exhumados hasta el 2024. Canetti estableció ese plazo en sus disposiciones testamentarias, alimentando con esa demora toda clase de especulaciones. Las prosas, apuntes, aforismos y pequeñas narraciones que salen a la luz con esta edición nos ayudan a profundizar en el conocimiento de una de las personalidades literarias más complejas del siglo XX.
No es posible atribuir a Canetti grandes calidades morales: egocéntrico, petulante, vanidoso, solemne hasta la pedantería, maldiciente. Nos recuerda a Unamuno, pero sin su coraje y ascetismo. Al margen de esta diferencia esencial, los dos comparten un yo desmesurado, que se resiste a desaparecer. Ambos escriben para expresar su incredulidad ante el hecho de su propia muerte. No codician la inmortalidad que Scho- penhauer atribuye a los animales, incapaces de representarse su propia extinción, sino una eternidad que les permita conservar su identidad. Las masas, con su poder de disolver al individuo en una acción colectiva, despertaron en Canetti una mezcla de perplejidad y terror.
La muerte no le inquietó menos. Toda su obra gravita sobre estas cuestiones. Canetti entiende que la conciencia de la muerte es el hecho diferencial de nuestra especie. La expectativa de la muerte, su anticipación y exégesis, es lo que nos configura como seres racionales. No es un privilegio, sino una invitación a la melancolía, que puede desembocar en el nihilismo. Canetti esboza, especula, ironiza, sin extraer ninguna conclusión. La muerte es lo definitivo, pero no hay una palabra que explique su misterio. Sólo cabe asediarla, interrogarla, desmenuzarla, pero sin olvidar que ella no repara en nosotros. "En la muerte no se hace memoria de ti", nos recuerda Canetti, citando los Salmos.
La vida está encadenada a los hechos, pero el hombre no es -para Canetti- un animal histórico, sino un animal metafísico y por eso se interesa por lo eterno. Canetti no es un pensador religioso. Su admiración por El Triunfo de la Muerte de Brueghel sólo es el reflejo de una impotencia. Canetti pretendió ser el "Enemigo de la Muerte", menoscabar su poder, "conseguir la inmortalidad de los hombres", pero nunca se dejó seducir por la tentación religiosa. No hay esperanza para el único animal que advierte el paso del tiempo y que experimenta culpabilidad al sobrevivir a sus semejantes. Se puede odiar a la muerte, pero no olvidarla. Aborrecerla sólo sirve para "vivir con una permanente conciencia de ella". El egotismo de Canetti se resquebraja al reparar en el otro: "A cada cual se le ha encomendado la custodia de varias vidas, y ¡ay del que no encuentre las que debe custodiar! ¡Ay de aquél que custodie mal las que ha encontrado".
Canetti evoca en unas páginas hermosas la muerte de Sonne, el maestro en el que reconoció la pureza, la honestidad, la compasión: "Ningún amor a una mujer ha significado jamás tanto para mí". Libro de los muertos se puede leer como un "proceso contra la muerte", donde cabe la filosofía, el humor, el disparate y cierto énfasis que resta credibilidad. A veces Canetti recuerda a Walser, con su pasión por lo ínfimo, pero otras se acerca al joven Cioran, con su dramatismo grandilocuente.
Se ha dicho que Canetti nació con el laurel de los clásicos. Habría que añadir que el laurel era de mármol, pues Canetti se tomaba demasiado en serio y nunca abandonó la pose de gran hombre enfrentado a las grandes cargas de la existencia. Sin embargo, su prosa sigue respirando por un telescopio gracias al cual no se ha asfixiado en su propia retórica. Es ese "telescopio" al que se refiere en las últimas líneas, escogiendo la metáfora que mejor refleja el trabajo del escritor, siempre bajo tierra, en un subsuelo que le mantiene cerca de lo esencial, permitiéndole avistamientos impensables para los que transitan por el ruido y la furia de un mundo incapaz de comprenderse a sí mismo.