Todo el amor y casi toda la muerte
Fernando Marías
28 mayo, 2010 02:00Fernando Marías. Foto: Mitxi
Es obligado advertir que, así como es fácil dejarse llevar por las consideraciones que suscita una novela intensa como pocas, y con una composición que recuerda a muchos modelos narrativos, difícilmente se deja resumir en unas líneas. Es, en cierto sentido, una gran historia de amor, un inmenso relato de pasiones desgarradas y una desafiante intriga amorosa. Drama, emociones y miedos comparten una estructura en capas que van destejiendo el enigma que alcanza a todas. A ello se suman los derivados de una composición cuidada en sus formas y en su fondo, tan compleja como sugerente y ambiciosa. Lo evidencia el modo de encarar la narración del conjunto, proyectado como una historia en la que todo queda ahormado por una suerte de analepsis, de la que se sirve el narrador omnisciente para simultanear escenas de las historias de dos hombres y tres mujeres en dos épocas distanciadas casi cien años.
El tiempo es, así, el vector sobre el que se sostiene todo este andamiaje. En un extremo el presente de Sebastián, un hombre atormentado por lo que dejó tras su huida, cuatro años atrás: un tiroteo, dos cadáveres"y la culpa por no haber perseguido el desenlace. Cuatro años perseguido por el miedo a ser perseguido, atormentado por la pasión que vivió junto a Vera, la única mujer a la que amó, la única que tiene realidad a través de su recuerdo. Toda la trama tiene su origen en la culpa que le persigue. Su regreso a Padrós, un enclave ficticio de la costa española, abarca poco más de un día, y ocupa el primer plano de este tiempo que se nos ofrece de manera discontinuo y simultaneado con la presencia de Clara, la mujer que acude a ese mismo lugar buscando descifrar la inesperada muerte de su hijo.
Al otro extremo de ese vector, a principios del siglo XX, se sitúa el despliegue de un trágico drama romántico: la historia de Gabriel, un poeta maldito, autor de una novelita aquí incluida, y Leonor, la mujer que pudo redimirle. Todo empieza y acaba en Padrós. Todo recibe la estocada de una frase que se desliza, en cursiva, por la novela de todos: "Todo es nada, todo es a lo sumo tiempo que fluye". Sugerentemente el narrador inserta en su discurso las voces de sus protagonistas, así, en cursiva. Y esa frase, junto a la idea repetida de que "es mentira que se pueda vivir sin la verdad", son el abrazo que acoge el conjunto. En esencia la historia de todos es la de cada uno buscando su verdad en un relato que quizá ganaría con algunos recortes, pero con ellos no pierde la fuerza expresiva que lo anima.