La pirueta
Eduardo Halfon
28 mayo, 2010 02:00Eduardo Halfon
Una lectura realista en sentido estricto denunciaría lo trillado de un tono inicial un tanto adolescente, de tipo duro, chica guapa, whisky, garitos de jazz, tópicos del cine y "eternas noches de Bergman e insomnio" entre personajes que fuman exhalando "desesperados suspiros de humo" y besan ardientes bocas que esbozan "pucheros semieróticos" y saben a "isla desierta". Las atmósferas eróticas son un punto fuerte de las narraciones de Halfon, pero sólo desde la perspectiva onírica resultaría creíble la esnob novia del protagonista, que dibuja en un cuaderno la sismología de sus orgasmos mientras su novio piensa en Liszt o en Wittgenstein. (Con todo, "memoria vaginal" no es una imagen muy lograda).
Rakic, pianista de primer nivel, de madre serbia y padre gitano, interesado en volver a las raíces y fascinado por traspasar los límites entre géneros musicales, toma la decisión de retirarse de ese mundo para volverse musicante nómada como sus ancestros. Las postales que envía desde su vagabundeo rememoran el destino amargo de muchos artistas gitanos víctimas de la historia del s. XX, un recuerdo postal que pone en marcha el deseo del protagonista de encontrarlo en Belgrado, donde, dentro de ese mismo aire onírico, los personajes con los que va tratando -que le informan tanto como desinforman- van cobrando un aire irreal, tan extraño y desconcertante como las declaraciones que hacen y la inquietud que transmiten al lector. Es hacia el final de la historia donde Halfon consigue mayor intensidad, en unos escenarios perfectamente detallados y profusión de leyendas de los gitanos serbios. ¿Quién pensaría en Stravinsky y en el Golden Gate en el momento en que unos matones pueden arrebatarte la vida? Nadie, salvo que se esté ahogando en la lógica oscura de los sueños, que como esta novela, pueden bien quedar irresueltos, sin salida.