Novela

El don de la vida

Fernando Vallejo

11 junio, 2010 02:00

Alfaguara. Madrid, 2010. 168 páginas, 17 euros


Al lector le bastarían unas palabras de la página 47 de esta novela: "Esta manía irredenta de contradecir, que es mi más preciada prenda", para entender el modo de escribir del colombiano Fernando Vallejo (Medellín, 1942). Nada nuevo o sorprendente para quien ya conozca al autor de La virgen de los sicarios o La puta de Babilonia y sepa hasta qué punto ha puesto su talento en función del escándalo, y se ha ganado un hueco en la literatura a fuerza de exabruptos, impertinencias y gusto por la blasfemia.

El don de la vida es la diatriba/invectiva estática de dos personajes ancianos pederastas (el protagonista y un "compadre" asentidor) que, sentados en un parque de mendigos y prostitutos de Medellín, evocan épocas pasadas de guapos soldaditos colombianos y chaperos bien dotados de Medellín, Madrid o Roma, al tiempo que reparten estopa contra todo y contra todos, a imitación del modo bernhardiano, pero sin alcanzar, ni de lejos, el vuelo artístico y la genialidad del autor austriaco. La peor parte se la lleva una vez más la Iglesia católica, pues Vallejo se ceba especialmente en las figuras de quien él llama "Pabla Sexta" y de Karol Woytila, a quien describe como el "polaco bellaco", o "papa mierda".

Los deseos del protagonista de Vallejo incluyen el proyecto de fletar un avión con sicarios para fumigar el Vaticano, que China lance una bomba atómica sobre Colombia o que nos arrase a todos el virus del Ébola. Pero la Iglesia comparte palos y dardos con el presidente Uribe, el libertador Bolívar, el "payaso" de Freud, la "teología mierdosa" de Sto. Tomás, Lorca ("la mariquita taurófila"), el "asqueroso de Octavio Paz", el "güevón" de Borges, el pueblo musulman, o Ingrid Betancourt. La misoginia de ambos ancianos reduce la figura de la mujer al estatuto de animal reproductivo, "gallinas ponedoras" de repugnantes seres humanos a las que deberían administrar píldoras abortivas. Las madres sólo son buenas "para romperles la columna vertebral a varillazos hasta dejarlas tetrapléjicas".

El autor se atreve incluso a sentar cátedra sobre ciencia (gravedad, espacio, vacío, el Big Bang…) y a enmendarle la plana a Stephen Hawking. El narrador parece humanizarse sólo un poco en la remembranza de sus perros difuntos o de las hermosas fincas de Medellín que el progreso y el urbanismo se llevaron por delante. Tras la maraña ácida y deslenguada de Vallejo se atisba una reflexión acerca de la fugacidad del tiempo en la que no ahonda. El don de la vida es, sobre todo, un "catálogo de injurias" que incluye una confesión final, oración pagana y el desvelamiento postrero de la identidad del interlocutor del protagonista. Por desgracia los ataques de Vallejo no trascienden del insulto fácil, ni van acompañados de un mínimo análisis de los problemas que describe. Decir de Vallejo, además, que sabe escribir, ¿sirve de mucho?