Sergio Chejfec. Foto: M. Tideida

Candaya Barcelona, 2010. 191 páginas. 14 euros.



Difícil esclarecer el género de este libro del arriesgado Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), pues, aunque se presente como novela, tiene mucho aire de ensayo, de diario de viaje, y hasta de largo catálogo o comentario de arte. Es también, y sobre todo, el homenaje personal a una excéntrica artista real, Rafaela Baroni, que el autor conoció durante su larga estancia en Venezuela. Poco sabremos, al final de la lectura, del protagonista de este libro, este moderno Wanderer / caminante, fascinado indagador que se adentra en estos pueblos perdidos de altitud para quedar tan impresionado por la obra y milagros (literal) de esta mujer anciana, artista popular capaz de realizar maravillosas tallas policromadas y cuyo historial abarca ingresos en psiquiátricos, sanaciones, videncias, catalepsias, recuperaciones misteriosas de la vista y representaciones regulares de su propia muerte con féretro incluido.



La experiencia de conocer a Rafaela Baroni y el paisaje en el que habita, marca tanto al protagonista que llegará a afirmar sus limitaciones: "Había cosas para las cuales la ficción no servía". Las pequeñas figuras de Baroni, la mujer en la cruz, o el santo médico, le perturban y obsesionan por su sencillez, por su "irradiación", por su capacidad para "someter el entorno a su presencia". Pero poco sabremos del protagonista, más allá de su afición coleccionista, su aire contemplativo y nostálgico, su tendencia al autocastigo y al "colapso metafísico".



Sergio Chejfec hace otros homenajes paralelos: a poetas raros o medio inéditos como Juan Sánchez Peláez o Barreto, al pintor venezolano Armando Reverón, y a otros tallistas populares como Juan Andrade o Tomás Barazarte. Hay en esta obra toda una poética del paisaje de altitud -de esas comarcas solitarias, tierras de personas reservadas donde concurre "un uso extravagante del tiempo"- y de los efectos que esa inmensidad (como la de la propia obra artística) provocan en el hombre. La vegetación, el peso de la naturaleza (o, en los finales, el cielo estrellado) cumplen un papel de amenaza y lección de humildad en medio de una "exaltación mística o natural". Este es un libro lento y estático, capaz de desesperar a quien tenga prisa o acostumbre a más peripecia, pero que recompensará a quien aprecie la precisión descriptiva y los muchos matices sensoriales, plásticos y paisajísticos. Un relato tan tupido como la arbórea y enraizada decoración con la que Baroni decoró los muros de su casa.