Antonio Pérez Henares

La Esfera de los Libros, 2010. 256 páginas, 21 euros



Cuando escribe ficción, el periodista y escritor Antonio Pérez Henares (Bujalaro, Guadalajara, 1953) siempre mira hacia la Prehistoria, hacia el hombre que vivía impulsado únicamente por acciones primitivas. Sin embargo no es autor de novelas históricas al uso. Si algo llama la atención en su personal creación es la proyección de un universo que parece contener el germen de relatos que van surgiendo como para insistir en que hay que volver la mirada a esos comienzos ancestrales, a aquel escenario, al principio de todo. Su diana está en ese objetivo: en lograr la perfecta trabazón entre la aventura humana primitiva y la escenografía de una naturaleza en estado puro. En ese escenario su sensibilidad parece multiplicarse y su fuerza expresiva se impone innegable. Nublares fue el embrión, el título con el que dio nombre a un territorio salvaje de dimensiones insospechadas; en él se albergó su primera aventura del hombre en el Paleolítico. Después vinieron Hijo de la Garza y El último cazador, y con ellas la posibilidad de hacer crecer un universo narrativo que defiende con rigor y pulcritud verbal. Y ahora llega La mirada del lobo, con subtítulo explicativo: "La novela que relata cómo el hombre y el lobo unieron sus destinos".



Así es: un discurso en el que alternan episodios que relatan la épica de la iniciación a la supervivencia y la recreación poética del proceso de ese aprendizaje. Un discurso en el que el poder de la palabra funciona en virtud de una voz que invita a asistir a un excelente documental sobre la naturaleza y el hombre primitivo, a leer de manera distinta, a advertir que la tensión argumental está contenida en el recorrido que aproxima a sus protagonistas al calor del mismo fuego. Cuenta la historia de cómo el hombre y el perro empezaron a caminar juntos por la Tierra. Cuenta cómo las manadas de uno y otro se evitan y se encuentran, y cómo al único cachorro superviviente de una manada que sufrió el ataque del clan humano le persigue, desde entonces, el olor del niño de esa tribu. Narra, en una esmerada construcción paralela que justifica poéticamente el comportamiento tan parejo de ambos, cómo crecen alejados, adiestrándose en medio de esa naturaleza poderosa y terrible que se extiende al pie del territorio ya mítico que es "Nublares", aprendiendo. El niño: el fuego, el calor, la huella, la honda, la amenaza del propio hombre. Y el lobo creciendo en astucia, en fuerza. Es el "lobo del Tallar" el que se aproxima con cautela al "joven de Tari" y busca su compañía. Era cuando no transcurrían años sino inviernos; "cuando el lobo sabía más del hombre que el hombre del lobo". Ese tiempo se vuelve aquí lectura intensa y persuasiva como ninguna otra de este autor, quizá porque a todos los motivos expuestos se suma el deseo de rendir tributo al animal que, desde aquel lejano entonces, ha sido amigo, compañero, olfato y guardián del hombre.