Antonio Pérez Henares
Así es: un discurso en el que alternan episodios que relatan la épica de la iniciación a la supervivencia y la recreación poética del proceso de ese aprendizaje. Un discurso en el que el poder de la palabra funciona en virtud de una voz que invita a asistir a un excelente documental sobre la naturaleza y el hombre primitivo, a leer de manera distinta, a advertir que la tensión argumental está contenida en el recorrido que aproxima a sus protagonistas al calor del mismo fuego. Cuenta la historia de cómo el hombre y el perro empezaron a caminar juntos por la Tierra. Cuenta cómo las manadas de uno y otro se evitan y se encuentran, y cómo al único cachorro superviviente de una manada que sufrió el ataque del clan humano le persigue, desde entonces, el olor del niño de esa tribu. Narra, en una esmerada construcción paralela que justifica poéticamente el comportamiento tan parejo de ambos, cómo crecen alejados, adiestrándose en medio de esa naturaleza poderosa y terrible que se extiende al pie del territorio ya mítico que es "Nublares", aprendiendo. El niño: el fuego, el calor, la huella, la honda, la amenaza del propio hombre. Y el lobo creciendo en astucia, en fuerza. Es el "lobo del Tallar" el que se aproxima con cautela al "joven de Tari" y busca su compañía. Era cuando no transcurrían años sino inviernos; "cuando el lobo sabía más del hombre que el hombre del lobo". Ese tiempo se vuelve aquí lectura intensa y persuasiva como ninguna otra de este autor, quizá porque a todos los motivos expuestos se suma el deseo de rendir tributo al animal que, desde aquel lejano entonces, ha sido amigo, compañero, olfato y guardián del hombre.