Novela

La piel del miedo

Javier Vásconez

4 marzo, 2011 01:00

Viento Sur Ed. Madrid, 2010. 190 páginas, 15 euros


"Alguien tendría que haberme advertido lo que debía hacer [...]. Tenía diez años, pero esa noche comprendí que el miedo nos multiplica", escribe Javier Vásconez (Quito, 1946) en la primera página de La piel del miedo, novela de gran puesta en escena, con ese niño protagonista que se despierta sobresaltado entre el sonido de los disparos y los gritos de su madre.

Vásconez, autor de culto en la narrativa hispanoamericana, exhibe desde el inicio su talento para la precisión descriptiva y la transmisión de sensaciones realmente vivas en el lector: en este caso el contagio de la asfixia y la perplejidad del aterrado protagonista, su veloz aprendizaje de cómo el mal y la violencia pueden hacer acto de presencia en una vida para trastocarlo todo. A partir de la figura de ese padre periodista, alcoholizado y violento, toda la novela se presenta como el gran esfuerzo de memoria y esclarecimiento vital que el niño lleva a cabo desde la edad adulta. Pronto sabremos de sus frecuentes crisis epilépticas y cómo determinaron su existencia, y también del origen de la amargura y progresivo trastorno del padre, con el trasfondo de una rivalidad y venganza personal del propio presidente de la nación, antiguo amigo de niñez y juventud.

La desaparición del padre vuelve hiperperceptivos los ojos y oídos de un pequeño de por sí imaginativo, en el que asoma y se gesta un narrador, un testigo que a ratos deviene fantasma por las habitaciones y corredores de la triste casa que comparte con su madre y su hermana Adela. Determinante en la historia es la omnipresencia del propio paisaje opresivo, con el límite visual- respiratorio del volcán Pichincha y la persistente lluvia.

Un hallazgo relatar en la frontera de la extraña y deformada percepción de los estados epilépticos que aquejan y humillan al chico. La obra tiene mucho de novela de formación, algo que se refleja especialmente en los pasajes de la amistad con el teatral/fetichista Ramón Ochoa y su común aprendizaje de una adolescencia turbia de garitos y prostitutas. Pero si algo unifica la novela es el miedo y la indefensión ante el mundo y sus violencias, un sentimiento que atenazaba a la madre y a la hermana, pero que compartirá también toda una galería de personajes en ese logrado ambiente final del Hotel Dos Mundos, donde todas las analogías se tienden y encajan sutilmente ante los ojos del protagonista adulto.

Ahí comprenderemos qué tenían en común personajes tan variopintos como el doctor Kronz, el jockey Rosendo, la cantante Fabiola Duarte, la "señora Inés" o la lejana Betty, y por qué era necesario este memorioso recuento, este "exorcismo de las palabras" (p. 151) en una novela hermosa y bien medida.