Nuria Barrios. Foto: Conchitina

Seix Barral. 256 páginas, 18'50 euros



Desmiente Nuria Barrios (Madrid, 1962) a quienes sostienen que un autor siempre escribe el mismo libro. No puede haber distancia mayor que la que separa la escatología, el erotismo y los vulgarismos expresivos de la novela que le dio a conocer hace un decenio, Amores patológicos, y el ternurismo, el amor puro y la prosa con ramalazos poemáticos de su vuelta al género con El alfabeto de los pájaros. Es obligado señalar tan grueso cambio para que quien apreciara la escritura desinhibida de ayer sepa que todo lo contrario encontrará en la de hoy. Es más, aborda la autora un asunto de casi inevitable dimensión sociológica, los hijos adoptados, pero actúa ante él con tan radical antisociologismo que no deja ni la menor huella en su historia de la múltiple problemática que afecta tanto a los padres como a los niños. En lugar de dar alcance testimonial a su asunto, opta por un tono fabulístico subrayado por la inequívoca fórmula de los cuentos folklóricos con que inicia el libro: "Érase una vez una niña que salió volando de China, perseguida por un ladrón".



Una anécdota bastante común da pie a la recreación imaginativa tejida con los hilos de los relatos populares. Una familia madrileña adopta en China a dos niñas, Nix y Nox. La mayor, Nix, de seis años, quiere saber por qué no ha estado en la barriga de su madre adoptiva y por qué la abandonó la dueña de la barriga que la albergó. La madre adoptiva proclama a la pequeña el amor que siente por ella y la ambición de que sea feliz, pero como eso no basta para calmar la inquietud de la niña, inventa historias que pretenden satisfacer esa curiosidad. Así, la novela se constituye, a la manera de las clásicas compilaciones orientales, como una muñeca rusa de cuentos, los inventados por la madre, y de fantaseamientos, los producidos por la imaginación febril de Nix. Barrios dispone este aparataje de fábulas con una calculada intención que va más allá de ofrecer un repertorio de invenciones entretenidas. Los sentimientos complejos y un tanto culposos de la madre, que compensa con ejercicios de paciencia benedictina, ocupan algo de espacio. El gran motivo de la novela es el bucle de asuntos que suscita Nix: la añoranza del origen, la vivencia del abandono y el sentimiento de soledad, problemas que la autora aborda para indagar en los mecanismos que conducen a superar el trauma de la orfandad.



La estilización imaginativa y verbal canaliza la disección de la intimidad del niño adoptado. La inventiva se apoya en imágenes visuales que llegan incluso a plasmarse en esquemas gráficos y dibujos naifs. En el nivel expresivo se acude a una prosa adornada con recursos habituales en la poesía como las anáforas. Todo conduce a una atmósfera de impostada cualidad literaria. Está bien este propósito de liberar las vivencias de una niña adoptada de la exposición naturalista, pero es mayor el mérito de la intención que el de sus efectos. La novela peca por exceso de artificioso ingenuismo y no evita el reblandecimiento ternurista.