Salto de Página, 2011. 172 páginas, 15'95 euros



Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), autor de libros de cuentos premiados con el Ojo Crítico en 2008 y el Tigre Juan en 2010, ha publicado dos novelas: El hermano de las moscas (2008), de naturaleza fantástica, y Padres, hijos y primates, de corte realista, si bien con materiales de relatos de horror y pesadilla. Porque, partiendo de un comienzo con elementos reales, la novela se adentra en oscuros territorios aislados y azotados por fenómenos naturales, lo cual es propicio para la violenta explosión de turbias pasiones.



El protagonista es un ingeniero cuya empresa está en momentos difíciles, a la espera de un contrato que no acaba de firmarse. En tal situación Joanes viaja, con su esposa y su hija, a la costa mexicana de Cancún para asistir a la boda de su suegro. La amenaza de huracán en la costa obliga a trasladar a los turistas hacia lugares del interior. Antes de que comience la evacuación, por un accidente, Joanes queda separado de su familia, y se encuentra con un viejo profesor suyo en la Escuela de Ingenieros, que viaja con su mujer en silla de ruedas. A partir de este casual encuentro el interés de la novela se concentra en la tensa relación entre alumno y profesor, hasta que las pasiones se desatan en un trágico final.



Lo mejor de la novela está en su organización constructiva, ideada y medida para conducir a los personajes a una situación límite. Cada una de las tres partes, contadas por un narrador omnisciente, termina con un capítulo en letra cursiva, cuyo contenido se aparta de la acción principal, si bien la enriquece con informaciones complementarias que influyen en su desarrollo. El que cierra la primera parte se refiere al contrato que tanto necesita el protagonista; en el último de la segunda se informa del accidente que ha tenido el hijo del profesor en Egipto; y estos son los motivos por los que se acrecienta la tensión dramática entre alumno y profesor: aquel, que culpa a este de su pobre carrera profesional, necesita su móvil, con la batería muy baja, para atender la llamada que espera; y el profesor lo quiere para saber algo de su hijo.



La novela se ha encaminado hacia esta situación límite en la que tres personajes con mucho que recordar, y un aparato de telefonía móvil que necesitan, en una situación de peligro, dan rienda suelta a la violencia, sin reparar en tretas ni en crueldades. A pesar de todo, lo menos logrado está en el final de la novela, demasiado elíptico. Mas hay que resaltar como mérito indiscutible la eficaz construcción de una estructura narrativa que se va haciendo dramática de acuerdo con el desarrollo del conflicto central. Y la configuración del profesor es un acierto, así como la alternancia de pasado y presente en la segunda parte y las connotaciones simbólicas en la transición de espacios abiertos hacia lugares cerrados y solitarios.