Joaquín Berges. Foto: Carlos Urzainqui
Es precisamente en esta fuerza cómica, en esta capacidad para descubrir los aspectos más risibles de personas y conductas donde residen las mayores virtudes de Joaquín Berges como narrador y del discurso de Luis Ruiz, que es, en realidad, un diario discontinuo del personaje -excéntrico, como los demás- que sostiene y construye el relato Episodios de resultado imprevisible, como el del caldo tomado apresuradamente (pp.125 ss.), la pastilla de éxtasis ingerida por error (pp.102-103) o el paseo por la playa nudista (pp. 149 ss.), así como la enumeración de desastres causados por la impericia de Luis en las tareas domésticas (p. 71) o las sátiras del ecologismo y de la dietética y las titubeantes relaciones amorosas del personaje, nada tienen que envidiar al encadenamiento de irrisorias calamidades que ofrecen muchos pasajes de Sharpe. La escena de la fiesta de cumpleaños y las entradas y salidas de Pablo transmutado en payaso proceden de la más pura tradición del vodevil, y tienen más calado humorístico que muchos chistes e ingeniosidades que aproximan demasiado el discurso, en algunos momentos, a los monólogos cómicos, tendencia que el autor debería reprimir. Y algunos elementos recuerdan otros de la novela anterior, ya mencionada (El club de los estrellados), como la presencia de la madre o la noche que pasa Luis en el calabozo. También los diálogos de los niños alcanzan cotas elevadas de humor y comicidad, que comienza con sus nombres, productos del delirio de "un ex hippy trasnochado" y de su "particular cosmogonía de la vida" (p. 36): se llaman Valle del Indo y Everest, lo cual hace que, como confiesa Luis, "mi libro de familia, en vez de un documento oficial, parezca un atlas de geografía física" (p. 37). Por el contrario, los motivos dramáticos, como las dos muertes sobrevenidas en la historia, encajan difícilmente en esta visión arrolladoramente festiva que preside situaciones y personajes, porque obligan a cambiar el tono y hasta el lenguaje, preciso pero desenfadado, utilizado habitualmente, donde la imagen de Luis en el espejo es un "clon reflejado" o un "clon imbécil", pero sirve para representar un alter ego del personaje que no es sino la voz de su conciencia.
Novela divertida, con humor de buena ley que Berges deberá ir puliendo, extirpando los chistes fáciles a que lo conduce su innata facilidad, a fin de que, en obras posteriores, la situación grotesca prevalezca sobre la pasajera ingeniosidad verbal.