El beso de ángel
Irene Gracia
15 julio, 2011 02:00Irene Gracia. Foto: Alberto Cuéllar
En el prólogo Thérèse Fuler defiende sus relaciones con seres sobrenaturales, poseída por la llamada de Adanel, nombre del ángel que aparece en las cuatro historias. La primera, "Apolina", desarrolla la pasión entre esta pitonisa del oráculo de Delfos y el ángel disfrazado en un hermoso ateniense llamado Artemio. De Apolina nace "Ledo", con alitas enla espalda y libertad para volar y amar a otro alígero de nombre Artemio. Estas dos primeras historias reflejan también los cambios producidos en la relación de los seres humanos con los dioses, mitológicos en la primera y en plena transición al Cristianismo en la segunda.
La tercera historia nos traslada al Renacimiento italiano, con Leonardo da Vinci en su taller de Florencia, donde adopta a un niño abandonado al que llamará "Dionisio" y usará como modelo en algunos cuadros y como experimento en sus inventos, en concreto, el de alas para volar, apoyado en las protuberancias que tiene en su espalda. Esta es la historia más completa porque a la reiterada relación amorosa entre mortales y ángeles se añade la interpretación de la enigmática mirada del ángel en los cuadros de Leonardo y la misteriosa sonrisa de Mona Lisa en La Gioconda, inspirada por la belleza de Artemia Lisa, cuya seducción enloquece tanto al maestro como al aprendiz. Y del esplendor renacentista pasamos, al final de la historia, al oscurantismo de la España de la Contrarreforma bajo el terror de la Inquisición.
En la cuarta narración se resumen todas las demás, pues su narradora y protagonista es Thérèse Fuler, nacida en un manicomio y autora confesa de esta historia y de todas las anteriores. Estamos ya en el siglo XX, en París, donde la visionaria Thérèse alucina en su locura con su ángel bajo la nueva metamorfosis de Adanel, cuando ya el poder de Dios ha entrado en decadencia, pues también los dioses se mueren, justo cuando no son necesarios a los humanos. Unos y otros no son más que sueños soñados para justificar su existencia. Finalmente, en el epílogo se reafirma la verosimilitud de las fantasías narradas en las cuatro historias.
La editora Séverin Léveil cuenta cómo conoció a Thérèse Fuler, cuyo libro ha publicado, en un sanatorio psiquiátrico cerca de París, donde presenció la huida final de esta mística visionaria, quedando ella misma con el sueño de Adanel a sus espaldas.
El beso del ángel es una novela fantástica que guarda en su interior inquietantes realidades del alma humana. Precisamente ahí radica su mérito principal. Pues tras las alucinaciones y delirios con seres sobrenaturales, naturalizados en el relato por accesos febriles, anemia, locura y medicación de la narradora con morfina, afloran interrogantes universales en la historia de la humanidad, relacionados con el misterio de la vida, el amor y la muerte. A ello apunta la sucinta versión del comienzo del Génesis con la creación de los ángeles Nada y Ave -palíndromos de Adán y Eva-, indecisos en la guerra entablada por Luzbel y por ello excluidos de los dos bandos. Por último, es necesario destacar que, hablando de cuestiones trascendentales como los deseos más íntimos de los humanos, sus anhelos de amor y belleza y sus relaciones con la divinidad, hay en estas páginas de estilo siempre cuidado, saludables dosis de humor y desmitificación, que afectan por igual a las monjas de un convento segoviano y a los mismos dioses paganos y cristiano.