Mrs. Bridge/Mr. Bridge
Evan S. Connell
22 julio, 2011 02:00Evan S. Connell.
Desde el principio disfruté con Mrs. Bridge (1959), con la limpieza de su prosa, el carácter litúrgico de sus breves capítulos, el misterio -no opacidad- de lo que queda fuera de cuadro, la nieve que cae. Mrs. Bridge, humilde, digna, padece intuiciones exactas y dolorosas en combinación con su aparente insignificancia. Es una víctima sacrificial por mucho que nada en su vida sea truculento. Véanla por la noche, poniéndose crema: "rápidamente, sin un sonido, ella desaparecía tras una capa de anonimato blanca y dulcemente perfumada. Ello le hizo sonreír, pero, a los pocos segundos, advirtió que, debajo de la máscara, no había sonrisa. De todos modos, ya que había empezado, no tenía más remedio que continuar".
Con Mr. Bridge (1969), el lector puede preguntarse: ¿estará justificado ese regreso a un mundo que en la primera novela quedaba, más que cerrado, perfectamente trazado, dando la sensación de que cada escena era necesaria y plena? La respuesta es que sí. El contraste entre ambos títulos es simultáneamente armónico y contundente. Los fragmentos que incorpora la segunda novela siguen dejando densísimos huecos en la vida de esta familia pero, a medida que avanzamos en su lectura, la superposición de ambos retratos nos ilumina: él, presente o ausente, pesa más en los días de ella que al revés, aunque se amen en la misma medida. Si en Mrs. Bridge nos compadecemos de la soledad de la madre, en Mr. Bridge resulta aún más dolorosa al contemplar las complicidades del padre, que está en el mundo, con sus hijos. Es que Mrs. Bridge ha quedado decantada de la realidad. Y una nota de verdad y belleza: la ternura que ello infunde en Mr. Bridge.
En estos libros escritos en tono menor e íntimo, el tema más consistente es el del miedo. Una extraña película casi física de "pánico indescriptible" se apodera a ratos de las criaturas de Connell. Son miedos internos que a veces encuentran representación externa, y entonces el estado de ánimo y el relato sociológico o histórico se compenetran con terrible precisión: la exclusión, los barrios degradados, el racismo... El principal terror tiene que ver con las relaciones en la familia: los hijos que se van y lo hacen cruelmente, porque se avergüenzan de los padres; los sacrificios estériles; lo que debió decirse y no se dijo. Todos desean, aquí y en el mundo, que una familia sea una estructura sin tensiones, sin dolor. Entonces sería una naturaleza muerta. La familia, ya se sabe, es una batalla incluso cuando no lo parece, o cuando es también acogedora. Connell plantea, incluso, el cenagoso asunto de la "pasión casi sensual"entre un padre y su hija, pero es algo triste y remoto, en absoluto sórdido. Aquí no hay sordidez, sino vida. Y una forma de júbilo, más reconfortante que exaltado, que sólo proporciona el verdadero arte.