Frederick Beigbeder. Por Jacinta Cremades

Traducción de Francesc Rovira. Anagrama, 2011. 224 páginas, 18'50 e.

En 2008, con 42 años, Frederick Beigbeder, uno de los escritores con más éxito en Francia, fue detenido a la salida de la discoteca Baron à Paris por consumo de cocaína. Ni nombre ni méritos personales sirvieron de nada a Beigbeder pues, a pesar de sus protestas, lo arrestaron como a un delincuente. El azar hacía que esa misma noche su hermano Charles recibiese en el Eliseo, de manos de Nicolas Sarkozy, la Legión de Honor. Estos dos sucesos tan opuestos hacían que el escritor, en el calabozo, se preguntara: ¿qué he hecho de mi existencia? Se interrogó por su vida, su familia, su historia. Por su manera de actuar y su pasado. De esas reflexiones al borde del abismo nace este libro. Parece como si no tuviera más fuerzas para burlarse de lo que le rodea y sus palabras se centraran en él. Una novela francesa ha sido considerado su mejor libro. Para mí, no es tanto una novela como una autobiografía novelada que evidencia el deseo de que el narrador descubra quién es y qué es lo que estaba haciendo con su vida.



Es un libro breve, intenso, escrito de forma cronológica y con infinidad de preguntas sin resolver. Los capítulos en los que Beigbeder narra su vida por secuencias encadenadas reúnen desde reflexiones hasta imágenes de su mundo familiar. Así, nos descubre la generación de sus abuelos, una familia de aristócratas intelectuales que recibían en su casa de campo tanto a Paul Valéry como a Paul Jean Toulet y que durante la Segunda Guerra Mundial salvaron a judíos escondiéndoles en sus casas. También noveliza el divorcio de sus padres, verdadero quiebro en su vida. En la obra aparecen descripciones de sus familiares, de su madre, de su padre, de su hermano, al que odia y admira, relatos que le permitieron darse cuenta de que él, dos generaciones más tarde, se comportaba como un verdadero adolescente. ¿Qué pasó? ¿Por qué ese cambio de humanidad y responsabilidad? Es lo que intenta descubrir un narrador desesperado, enfrentado al fracaso de su vida, para tratar de darle un nuevo rumbo.



Como sus escritores preferidos, Truman Capote o Emmanuel Carrere, el autor se niega a hablar de autobiografía. No todo tiene que ser real, y la demarcación entre ficción y no ficción, entre lo verdadero y lo falso, permiten una grandísima libertad. Beigbeder se quita la máscara y nos dice que no es ni tan insustancial como pretendía que creyéramos, ni tan frívolo, ni tan irónico, sino un escritor con mucho talento que aúna sensibilidad con escuela y tradición y que sin duda se sitúa a la cabeza de su generación con este relato tan poco ficticio.