Pasajero K
Adolfo García Ortega
27 enero, 2012 01:00Adolfo García Ortega
En su anterior novela, El mapa de la vida, afrontaba Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) la barbarie contemporánea a partir del atentado madrileño del 11-M de 2004. Contaba en ella cómo la matanza influía en la deriva vital de los protagonistas. Idéntica ideación sostiene Pasajero K. Ahora, en este recrecido "mapa de la vida", da otra vuelta de tuerca a la compleja reflexión acerca de la identidad individual en el confuso mundo actual, ampliada aquí al ámbito continental que enfatiza el subtítulo, Una novela europea.Al servicio de esta meta García Ortega dispone una trama argumental muy fuerte, pariente en primer grado de las ficciones que se complacen en recrear una anécdota en sí misma interesante y atrayente, si bien una disposición formal moderna distancia el relato de las convenciones decimonónicas y le dan un aire novedoso. En el fondo se trata de una novela de las de toda la vida que cuenta la singular relación de una pareja que corre graves riesgos al enfrentarse a fuerzas ominosas. Todo empieza en un tren donde coinciden la joven periodista Sidonie, cuyas investigaciones sobre Radovan Karadzic pueden aportar un testimonio capital en el juicio por sus crímenes en La Haya, y un cincuentón cineasta, Fernando K. Balmori. El asalto al compartimento de la chica lleva al hombre a convertirse en su protector y ambos viajan a París, Berlín, Zurich, Roma y La Haya en busca de un testigo de las tropelías del líder yugoeslavo. Esta línea, casi de relato de aventuras, ofrece una jugosa historia de acción y suspense.
Siendo este argumento novelesco un grato aliciente del libro, no es, ni mucho menos, su objetivo. La seductora intriga, sustentada en una delicada historia de amor y adornada con tipos procedentes del relato y el cine negros, con peripecias de violencia mafiosa y llamativas sorpresas, constituye casi un pretexto para elaborar una narración entre intelectual y moral. Intelectual por cuanto el autor aborda un tupido bucle de cuestiones existenciales con planteamientos dialécticos. Y moral porque levanta un vigoroso alegato contra el fanatismo.
La tensión entre testimonio y especulación muestra las ambiciones del autor. Una trama del libro denuncia el racismo y señala los inhumanos intereses y la impunidad de quienes se prevalecen del poder. El horror se documenta con técnicas de realismo verista que producen un auténtico reportaje sobre la maldad. La otra trama aplica procedimientos simbólicos al análisis de asuntos genéricos. Un asunto principal es la identidad. Por ello el autor diseña las vidas en el fondo paralelas de los protagonistas con rasgos cercanos al arquetipo. Así es porque asumen valores abstractos: la dolorosa sensación de naufragio y el peso traumatizante de la orfandad, la falta de raíces, la confusa pertenencia a una progenie y lugar, y la mezcla de clases y sangres. Tal idea la proyecta además hacia el futuro al perpetuar el modelo en el hijo nonato de Sidoni. El otro leitmotiv se refiere al reconocimiento de la realidad y la verdad en tiempos de "mentiras superpuestas". De ahí viene la compulsiva obsesión de Balmori de recoger con la cámara los objetos en su pura desnudez. Pero como sabe la imposibilidad de dar un reflejo articulado de Europa, vuelca su pasión en un monstruo, una vanguardista "película-viaje".
La inclinaciones discursivas de García Ortega indican la profundidad de una escritura muy seria, a costa de pagar un tributo nada pequeño: tanto anécdotas como situaciones y personajes rozan la inverosimilitud y el gusto excesivo por la artificiosidad reduce mucho la capacidad comunicativa de un intenso drama personal y colectivo.