J.J. Armas Marcelo. Foto: Antonio Heredia

Edhasa. Barcelona, 2012

He señalado en otras ocasiones como una peculiaridad fundamental de J.J. Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946) su interés por Hispanoamérica. Ni siquiera los exilados republicanos se ocuparon mucho en su literatura de aquellas tierras donde residieron largos años. En cambio, la narrativa de Armas se ha volcado en la América hispana y lo ha hecho con tan contrarias perspectivas que abarcan desde la construcción simbólica (Las naves quemadas) hasta el testimonialismo crítico (la situación política cubana en Así en La Habana como en el cielo o el terror golpista en el Plata en La Orden del Tigre). Con La noche que Bolívar traicionó a Miranda, añade a esa cadena el eslabón histórico en vísperas del bicentenario del movimiento emancipador de la metrópoli española.



Al margen de que la propensión americanista de Armas explique su interés por Simón Bolívar y Francisco de Miranda (éste, además, de raíces canarias), ambos constituyen retos novelescos de primera fila por sus intrincadas personalidades y por la encrucijada histórica en que tuvieron papel descollante. La novela arranca con una situación dramática: la noche en que el generalísimo de la insurgencia antiespañola venezolana, Miranda, es detenido por su subordinado el coronel Simón Bolívar. Buen trecho de la ficción los pone frente a frente y refiere los antecedentes de la jornada.



Otro trecho recrea la estancia y muerte del general en una prisión gaditana. Un epílogo vuelve al ya conocido como Libertador en sus desventurados días finales. En esa trama rectilínea se hacen incursiones en el pasado que desvelan la intimidad de los protagonistas, sobre todo de Miranda, y proporcionan datos de época necesarios para comprender su actuación más allá de las pulsiones privadas. De este modo, el autor dispone un mosaico colorido compuesto con las piezas de las pasiones y las ideas. Unas y otras terminan por encajar en un dibujo único gracias a la destreza narrativa del autor. La habilidad para conjugar estados emocionales y reflexiones se acompaña de una plena solvencia para jugar con los tiempos del relato.



El ritmo ondulante de la novela, dividida en secuencias poco extensas, permite el medido balanceo entre lo histórico, cuya almendra narrativa se plasma en las contradicciones implícitas en el ideario de libertad auspiciado por la Revolución francesa, y lo personal. Por una parte sale un fresco colectivo que trasciende la situación de las colonias españolas. Por la otra, un relato psicologista en la línea de las exploraciones del alma humana. Porque, con todo el interés que se preste al contexto de los pioneros de la independencia, la novela se decanta por un amargo retrato de interiores.



Aunque Armas Marcelo tenga a gala desacreditar las novelas que se leen de un tirón, La noche arrastra a un grado de ensimismamiento que obliga a liquidarla en un par de sentadas. En ellas asistimos a un gran espectáculo, el del idealismo, la traición, y el ansia de poder, en suma pasiones destructivas que confunden a seres superiores y los llevan a la enajenación. Miranda y Bolívar, encarnación a su modo del puro aventurerismo político romántico, suscitan un enmarañado bucle de motivos personales e ideológicos que Armas desenreda con la disposición alerta del estudioso y con la imaginación moral del artista.