Félix Romeo. Por José Aymá

Mondadori. Barcelona, 2012. 139 páginas, 12'90 euros

La temprana muerte de Félix Romeo (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011), conocido sobre todo por su incansable empeño en tareas de difusión cultural, hace que su cuarto libro, Noche de los enamorados, aparezca como obra póstuma. La inquietud e interés por las nuevas manifestaciones artísticas de que Romeo dio siempre pruebas se percibe también en estas páginas que sólo convencionalmente podemos catalogar como novela, porque la historia nuclear que aquí se narra y que ya sirvió parcialmente para la novela del autor Discothèque -la muerte en Zaragoza de una mujer, María Isabel Montesinos, a manos de su marido, Santiago Dulong- responde a un hecho real, como reales son los datos y las noticias periodísticas que se recogen sobre el suceso, e incluso el narrador es el propio Félix Romeo -el cual introduce, además, en una fugaz escena a su compañera Lina-, quien, condenado a una pena de cárcel por insumiso, convivió algún tiempo en la prisión con el asesino y pudo contar con su versión de lo acaecido.



Se diría, por tanto, que nos hallamos ante algo así como un moderno reportaje periodístico, pero tampoco sería exacto, porque si algo queda en evidencia es que, juzgado, cerrado y casi olvidado aquel luctuoso caso, la verdad de lo sucedido permanece en penumbra. Romeo ofrece, con una parquedad narrativa casi telegráfica, salpicada de frases cortas y puntos y aparte, distintas versiones, destellos, diferentes ángulos de visión, que engloban noticias periodísticas, declaraciones de vecinos y testigos, informes forenses y planteamientos del fiscal y la defensa en el juicio. Ha recogido la idea del perspectivismo que, alentada por Ortega, proporcionó muchos elementos de juego a los narradores españoles de los años 30 del pasado siglo -podrían recordarse algunos alardes de Pérez de Ayala, o novelas como Ramo de errores, de Madariaga, y Juego de cartas, de Max Aub-, en el sentido de que la realidad es inabarcable y sólo poseemos de ella visiones parciales no siempre coincidentes. Según esto, únicamente una mirada englobadora que uniera todas las perspectivas parciales posibles -una visión divina- estaría capacitada para sumarlas y alcanzar la verdad.



La novedad de Romeo estriba en que la historia, con sus contradicciones y sus zonas de sombra, se reconstruye sobre palabras, minuciosamente aisladas a veces y contempladas con lupa y diccionario, porque del uso de unos términos o de otros, de la presencia u omisión de ciertas informaciones pueden deducirse conclusiones radicalmente diferentes, hasta el punto de producir tal torsión de los hechos que la víctima puede aparecer ante nuestros ojos como culpable. La simple mención de una palabra -próstata, insolvente, interfecta, etc.- puede desarrollar una cadena de sensaciones e imágenes, pero también sugerir calificaciones de conductas o interpretaciones de hechos hipotéticos. El relieve dado por los informes forenses a la dipsomanía de la difunta, por ejemplo, abre el camino para reducir la culpa del asesino, de igual modo que la renuncia a reclamaciones por parte de la familia parece corroborar la misma actitud. Las palabras y los silencios, las acciones y las omisiones de unos y otros, construyen una realidad sobreponiéndose a los hechos y arrojando sobre ellos niebla y no luz. El lenguaje no abre paso a la verdad, sino que lo dificulta.



Todas estas implicaciones, desprendidas del planteamiento narrativo y no de razonamientos discursivos, mantienen Noche de los enamorados en un territorio estrictamente novelesco de buena ley, y acreditan una vez más la originalidad y el buen pulso literario de un autor prematuramente desaparecido, del que aún cabía esperar notables logros.