Javier Montes. Foto: Anagrama
El periódico le encarga a su crítico de hoteles el comentario de un establecimiento remozado, el Imperial. Solo dista de su casa 992 metros, pero se desplaza en taxi como si fuera uno de sus habituales viajes. Con esta situación atípica inicia Javier Montes (Madrid, 1976) La vida de hotel. Otra tampoco común sigue a ese curioso arranque. Ya en el Imperial, el crítico entra por error en la habitación paredaña con la suya y observa una curiosa escena: un encuentro erótico dirigido por una enigmática mujer. Anécdotas como éstas, inhabituales aunque no insólitas, constituyen la materia fundamental de la novela. A la vez, un puntillismo casi costumbrista (irónica presentación del recepcionista o críticas observaciones sobre el mobiliario) envuelve las situaciones. De modo que el libro tiene un pie en la invención y otro en el realismo documental. De ahí su efecto de mostrarnos algo con tintes cotidianos y simultáneamente una realidad que se escapa al puro verismo.Esta oscilación de La vida de hotel entre dos percepciones del mundo tan diferentes se acrecienta, además, por la falta de referencias concretas al espacio y al tiempo en que ocurren esos sucesos, todos emplazados en hoteles imaginarios de ciudades innominadas y en una época vagamente contemporánea. Apunta así el argumento a una trama que parte de lo común y se dispara hacia otros objetivos temáticos. Ello exige el despojamiento de elementos innecesarios que Javier Montes practica para alcanzar la meta de corte trascendente o simbólico pretendida. Por eso cuando incluye el resumen de un cuento de Clarín ("El dúo de la tos") de emotiva anécdota relacionada con los hoteles lo hace sin indicar ni el título ni el nombre del autor. Por eso también las críticas suyas publicadas en el periódico que salpican el relato son piezas creativas e impresionistas sin el papel orientador que se supone a tales escritos. En realidad las críticas son muestras de estados del alma que conectan con la columna vertebral de la novela, la creación de una personalidad dubitante y excéntrica a través de la cual se trasmite el misterioso anclaje de los seres humanos en el mundo.
El centro argumental de la novela reside en la relación obsesiva que el protagonista y narrador establece con la rara mujer de la habitación. Su persecución a través de varios hoteles hilvana las sucesivas anécdotas, pero de nuevo un planteamiento elíptico convierte esa trama común en algo diferente a una historia de corte verista. En efecto, las situaciones concretas se desvanecen en atmósferas irrealistas y los personajes se convierten en figuras enigmáticas aunque tengan encarnadura de personas de carne y hueso. Podría hablarse de forma aproximada de expresionismo narrativo.
La vida de hotel crea una realidad sólo parecida a la nuestra pero distinta que remite a una alegoría de la existencia. Ésta refleja una fuerte vivencia de la provisionalidad, encarnada en la plástica imagen aludida por el título. El desarrollo circular del libro implica también la inutilidad de cualquier empeño vital. Pero esto no se dice así de claro sino a través de un sistema de sugerencias y ambigüedades extremo. Por eso ni estoy seguro de haber entendido del todo sus intenciones ni me atrevo a dar un juicio de valor. Sí creo, en cambio, que es una obra original y curiosa que merece la atención de quien aspira a encontrar en la novela algo distinto a la recreación rutinaria del mundo.