Khaled Khalifa. Foto: Bernardo Díaz

Traducción de Cebza Coora. Lumen. Barcelona, 2012. 393 pp., 20'90 e. ebook: 9'90 e.

El autócrata sirio Bachar el Asad lleva años torturando a los ciudadanos de su país, y ahora, en el otoño de su dictadura, su crueldad desconoce límite alguno. Los insurgentes levantados contra su régimen, una mezcla explosiva de islamitas, víctimas del gobierno, desertores del ejército y mercenarios, comparten la responsabilidad de la violencia ejercida contra la población civil. Khaled Khalifa (Alepo, Siria, 1964) novela esta situación recurriendo a la esencia del arte de narrar, como hiciera en su momento Gabriel García Márquez para denunciar las tiranías suramericanas en Cien años de soledad (1967). Utiliza asimismo un narrador que encadena las historias de una familia, mezclando los recursos propios de la literatura oral con los de la escrita, que dotan al texto de un estilo armónico y singular.



Una buena parte de la novela transcurre en la bella ciudad de Alepo, la segunda urbe siria después de Damasco, donde domina la mayoría sunita. El escenario es una casa familiar, residencia amplia de estilo árabe, donde conviven los abuelos, los hijos y los nietos, asistidos por varios sirvientes, uno de ellos ciego, que sirve de guía a las mujeres de la casa para, por ejemplo, ir a bañarse al hamman. La vida familiar resultaba agradable cuando el abuelo, el jefe del clan, regía un próspero negocio de alfombras. Sin embargo, la invasión rusa de Afganistán en los años ochenta del pasado siglo XX terminó con aquella tranquilidad, lo que sumado a las violenas relaciones con los países vecinos para que los negocios se fueran al traste. La reacción del tirano Asad padre fue aumentar el control ciudadano, ejercido sin escrúpulos por las fuerzas de Seguridad, las llamadas Brigadas de la Muerte. Poco a poco, la familia se fue rompiendo, pues padres, hijos y nietos, afiliados a partidos y grupos de la oposición, se dispersaron por la geografía del mundo árabe, e incluso buscanron refugio en Londres.



La voz que narra esta historia es la de una muchacha que relata la vida familiar desde los últimos años del instituto, en tiempos de la guerra de Afganistán, hasta que, entrada en la cuarentena, ejerce de médico en Londres. Su vida de estudiante, incluidos los años de la universidad, los pasa vestida de negro y con el cuerpo tapado. Sólo las suras, las admoniciones del Islam, las conversaciones con sus tías y alguna amiga, y las reuniones secretas de la resistencia islamita femenina, de la que forma parte, conforman su horizonte personal. Así se recuerda a sí misma: "Otra foto mía, vestida de negro de pies a cabeza, con el rostro redondo enmarcado por el velo negro y el cuerpo totalmente ausente" (pág. 11). La violencia del universo en que vive, la segregación del mundo de los hombres, la represión sexual, que se extenderá hasta más allá de su edad adulta, todo ello va conformando su espíritu y su conciencia, que se convertirá en un nido de odio; de hecho, su vida entera constituirá un elogio del odio.



Las fuerzas de Seguridad registran su casa cada dos por tres, buscando a su tío Bakr, a su hermano Hussam, a los disidentes, en suma, quienes desde la clandestinidad asestan golpes mortales a los militares. La narradora, de la que nunca sabemos su nombre, llega a convertirse en líder de su cédula política en la universidad. Su vida, pues, atravesada por la violencia, explica, si no justifica, el odio que la domina. Como muestra, la mención de diversos encuentros a escondidas con su hermano. "Vi a Hussam en dos ocasiones, con la aprobación de Bakr, que se había convencido de mis agallas tras oír hablar de mi dureza, mi severidad y mis reiteradas exigencias de que se asesinara a los impíos" (pág. 124-125). O cuando ambos se citan en un cine, como si fueran dos amigos: "Le hablé de nuestras reuniones, describí con profusión de detalles a las muchachas de nuestro círculo y le conté mis actos heroicos y cómo grababa el odio en sus mentes con discursos sobre nuestros enemigos" (pág. 125-126).



La narradora, una mujer inteligente y bien preparada, resulta en última instancia un ejemplo de la mujer siria de hoy, atrapada en una situación social de guerra civil a fuego lento que abrasa con el odio que genera a toda una generación de jóvenes, cuyo único futuro es, o empuñar las armas, o emigrar a alguno de los países occidentales donde resultarán siempre gente sospechosa, por su velo, por sus actitudes, lo que hará que el odio se enquiste.