Fernando Royuela. Foto: Conchita

Alfaguara. Madrid, 2012. 389 páginas, 18'50 euros

Media docena de novelas aparecidas a lo largo de quince años acreditan la pausada ejecutoria narrativa de Fernando Royuela (Madrid, 1963), y conviene decir que, aunque los logros alcancen distinto nivel, ninguna de estas obras es insignificante o desdeñable. Dicho de otro modo: estamos ante un autor al que conviene seguir atentamente. Cuando Lázaro anduvo plantea una insólita historia: un ex empleado de banca, llamado precisamente Lázaro, sufre una hemorragia cerebral y es ingresado en un hospital en estado de coma irreversible para fallecer poco después. No hay duda alguna y los médicos certifican la defunción, pero, cuando los celadores conducen el cadáver hacia la sala de velatorios, Lázaro se incorpora, perfectamente lúcido, y pide un cigarrillo. El examen médico posterior revela que se encuentra en perfecto estado. Tan extraño suceso desencadena múltiples reacciones, desde los que piensan en la existencia de un milagro hasta los que sospechan de un grave fallo médico o de una superchería.



A partir de aquí, como si el hecho fuese una piedra lanzada en un remanso de agua, comienzan a producirse ondas concéntricas que descubren personajes, actitudes y comportamientos impulsados por oscuros intereses: la viuda de Lázaro, sus hermanas Marta y María, los médicos que tratan de salvaguardar el prestigio del hospital, la Congregación Evangélica del Amor de Dios, que baraja la posibilidad de aprovechar el suceso en beneficio propio, la prensa sensacionalista, el bufete jurídico que cree hallarse con base suficiente para entablar una sustanciosa demanda, e incluso el banco que despidió a Lázaro y ahora piensa en utilizar su caso para crear un nuevo y eficaz anuncio publicitario.



Cada capítulo, excepto los dos últimos, comienza con las palabras "Cuando Lázaro anduvo" para trazar a continuación un breve panorama de sucesos coetáneos que, además de situar cronológicamente los hechos de la historia, ayudan a mostrar la visión de un mundo desquiciado: la crisis económica, los subterfugios y declaraciones falaces de los políticos, las campañas antitabaco, escalofriantes crímenes rituales, actos de piratería en el Índico, la actuación de un tribunal salafista clandestino en Reus, las advertencias del Papa Benedicto, ciertos chanchullos de la Seguridad Social española, el terremoto de Puerto Príncipe, las polémicas acerca de la regulación del burka en Francia y otros muchos sucesos se recuerdan al comienzo de cada capítulo, inscriben el relato en cierto marco cronístico -algo que hizo Dos Passos y luego se ha imitado, con variantes, repetidas veces- y van configurando el amplio fresco de un mundo contemporáneo donde la ambición, la mentira y la tergiversación maliciosa del lenguaje -sutilmente puesta en solfa- tienen su asiento y en el que, como reflexiona el padre José Ángel, la crisis no es sólo económica, sino que "apuntaba a los valores, a la ética, a las creencias, a la moral individual" (p. 365).



Esta mirada desoladora hacia una sociedad que se desmorona ofrece facetas de hosca tensión, como las conversaciones entre el agnóstico Lázaro y los sacerdotes de la Congregación Evangélica del Amor de Dios -incapaces de rebatir sus argumentos-, pero también caricaturas que rozan el esperpento, como la grotesca entrevista en un estúpido programa de televisión o la manifestación de gentes disfrazadas de muertos vivientes que acuden a la casa de Lázaro, convocados por el astuto bloguero Ramírez, para hacer del supuesto resucitado el líder de una posible "nación zombi" cuyas marchas y manifestaciones futuras "serán vistas por todos komo anticipos del futuro ke se avecina" (p. 308). En muchos de estos pasajes la novela alcanza cotas satíricas poco frecuentes entre nosotros.



Royuela es, además, un buen prosista, con pocos descuidos: un "dignarse a contestar" (p. 29), alguna extraña construcción ("cayendo y cayendo [...] como si arrojado a los infiernos de la especulación", p. 10; "su cara ajada como si frotada con estropajo", p. 47), algún uso de moda ("evaluar" por 'calcular', p.119), alguna concordancia errónea ("las miles de personas", p.194) y un uso impropio del adjetivo "taimado" (p. 161). A pesar de estas máculas, que no se entiende cómo han podido pasar inadvertidas, Cuando Lázaro anduvo es una novela de lectura recomendable.