Chiara Gamberale

Traducción de I. Glez. Gallarza. Seix Barral. Barcelona, 2012. 474 pp., 20 e. ebook: 13'29 e

Chiara Gamberale (Roma, 1977) ha conseguido el reconocimiento internacional con una novela rebosante de humor y ternura. Con una prosa fluida y ligera, que consigue imprimir al relato el ritmo vertiginoso de una "screwball comedy", pero con ese tono entrañable y disparatado del cine italiano de finales de los cincuenta, La luz en casa de los demás se adentra en la sociedad contemporánea, donde el concepto de la familia tradicional ha experimentado una profunda crisis que ha cedido paso a fórmulas alternativas, cuya diversidad no impide un anhelo común de felicidad. Maria es una mujer de unos treinta años que trabaja de administradora del 315 de Grotta Perffeta, cuando el caótico tráfico de Roma se cobra su vida en un accidente de moto. La muerte no acontece como la consumación de un destino trágico, sino de una forma banal. El último pensamiento de Maria antes de rodar por el asfalto y golpearse contra un coche aparcado en segunda fila es un recuerdo difuso sobre su cita con el dentista. Al margen de su independencia y su carácter inconformista, sólo deja una carta dirigida a su hija Mandorla, escrita al poco de nacer la niña. La comunidad de vecinos decide cuidar a la pequeña, adoptando su tutela de forma colectiva.



Mandorla significa Almendra. Es un nombre hermoso y enigmático, que contiene un secreto, pues su madre ha señalado en su carta que el padre es uno de los vecinos. Alterando la letra para reproducir la presunta caligrafía de la madre, la carta expresa el deseo de que la recién nacida conozca la felicidad de amar y ser amada, sin renunciar a su necesaria autonomía para viajar, trabajar, aprender idiomas, ilusionarse y desilusionarse, comprometerse y tal vez desencantarse. Maria aconseja a su hija que mantenga el corazón abierto a lo insólito, sin repudiar lo que escape a su comprensión. No hay en la carta amargura ni pesimismo, sino una vitalidad desbordante que no contempla el rencor o la desesperanza.



Mandorla llevará a cabo su aprendizaje en cinco hogares, con escenarios completamente diferentes: Tina vive sola, los Barilla son una familia convencional, Lidia y Lorenzo conviven como pareja de hecho, Caterina y Samuele acabarán separándose y Paolo y Michelangelo no ocultan su identidad homosexual, involucrándose cada año en la fiesta del Orgullo Gay. Entre los 6 y los 17 años, Mandorla contempla los estragos de la soledad, los problemas de pareja, la absurda preocupación por las apariencias, el miedo a los sentimientos reprimidos, la militancia homosexual desinhibida, las brechas generacionales, la imposibilidad de conocer al otro, los conflictos de una comunidad que ya no se ajusta a un único modelo social, sino que reivindica el derecho individual a escoger caminos divergentes.



Mandorla crece, conoce el amor, el desengaño, el miedo al rechazo y el deseo de agradar. Necesita forjar su identidad, pero las dudas de la adolescencia se multiplican en un contexto donde todos los valores son reversibles y ninguna opción resulta inaceptable, salvo la mentira y el infortunio. Chiara Gamberale maneja con soltura los diferentes planos narrativos, integrando todas las historias en una trama que avanza sin experimentar caídas o incongruencias. Aunque algún personaje afirma que "la vida es un asco", no es esa la sensación que predomina en una novela donde el autor muestra afecto e indulgencia hacia sus criaturas. Tal vez el único reproche que se pueda hacer al relato es la contención de los componentes trágicos y ciertas reacciones previsibles, que a veces acercan a los personajes al estereotipo.



No es el universo de Ammaniti o del primer Visconti, con sus personajes marginales, autodestructivos y atormentados, sino la Italia de Melania G. Mazzucco aplacada por las ficciones cinematográficas de Monicelli, donde la penuria se combatía con ingenio e ironía. Gamberale absuelve al ser humano y se muestra comprensiva con sus flaquezas. Los vecinos del 315 de Grotta Perfetta son un retablo de nuestra especie en un tiempo de mudanzas, donde las cosas no son perfectas, pero aún existe la posibilidad de cambiarlas. Los amores acaban, pero los afectos renacen. Mandorla finaliza su educación sentimental cuando comprende que el fracaso y éxito se alternan en un baile concertado por el azar y la necesidad.