José María Guelbenzu. Foto: Julián Jaén

Destino. Barcelona, 2012. 336 pp. 20 euros. ebook: 13'29 e.

Si en la última entrega de las aventuras de la juez (de instrucción) Mariana de Marco, el homenajeado, desde el título (El hermano pequeño), era el gran Raymond Chandler, en ésta, con un brillante Nilo al que arrojar cadáveres de fondo y personajes de alta cuna y retorcidas intenciones sobre cubierta, la homenajeada es sin duda la dama del crimen por excelencia: la gran Agatha Christie. La propia Julia Cruz, íntima amiga de Mariana y culpable de que ambas estén recibiendo trato de millonetis, como diría la propia Julia, sobre el rutilante Royal Princess, el crucero de lujo al que ha sido invitada por su buen amigo Ramón Guzmán, le suelta, en un momento dado: "Mariana, que eres una jueza española de vacaciones, no Hércules Poirot". Para entonces la ilustre (y multimillonaria) Carmen Montesquinza ya ha desaparecido y a sus muchos familiares a bordo parece traerles sin cuidado que todo apunte a que alguien la ha arrojado al río. Lo único que les importa es el dinero. O eso cree Mariana, que en esta ocasión explora su recién nacida pasión por el jazz de una forma que tiene más que ver con disfrutar de los bíceps de un saxofonista que toca como Don Byas que con escuchar al propio Don Byas.



Pero Christie no es la única homenajeada. Porque si en Sin nombre, la novela de Wilkie Collins que Mariana lee a bordo, el plan perfecto urdido por el asesino depende de que una carta llegue a un lugar concreto en el momento preciso, en Muerte en primera clase todo depende de que la matriarca desaparecida reaccione de una manera determinada ante el espectáculo que da la joven Dolores Beaudine cuando, visiblemente ebria, empieza a desnudarse ante todos los pasajeros, reunidos en el salón principal. Desde el primer momento, Mariana tiene claro que el striptease de la chica no es otra cosa que una maniobra de distracción, pero no puede creerse que el asesino, si lo es, sea un asesino decimonónico, esto es, un asesino sacado de una novela de Collins.



Curtido ya en la construcción del misterio, José María Guelbenzu (Madrid, 1944) suma a la sexta entrega de las aventuras de De Marco la opresión del lugar cerrado, pues el crucero actúa como una suerte de celda en la que reunir a sospechosos, víctimas y detectives por accidente, cuya asfixia sólo alivian las excursiones diurnas a las que se apunta la pareja de amigas; y el triángulo de amor bizarro que forman la desaparecida, su fiel secretaria y un tercer personaje clave para la resolución del caso. El humor, tejido a partir del fluido diálogo de las amigas, que de día visitan mercadillos y museos y de noche se dejan acompañar por constructores y financieros (de la época en la que Estados Unidos invadió Irak), es, junto al impecable desarrollo de la trama, lo más destacado de la entrega que precede al esperado regreso de Mariana a Madrid.