Ángeles Caso. Foto: Alberto Cuéllar

Planeta, 2012. 288 páginas. 21 euros. ebook: 13'96 euros

Como tantas y tantas obras de la copiosísima moda actual de la novela histórica, Donde se alzan los tronos lleva a cabo una aleación de elementos históricos ciertos e invención. Ángeles Caso se atiene a un planteamiento rutinario: una mezcla de divulgación y de pintoresquismo del pasado. Bajo este doble principio, se recrea la etapa de cambio dinástico de nuestro país que va del fallecimiento del último Austria, el desdichado Carlos II, en 1700, al fortalecimiento del primer Borbón, Felipe V, en 1714 tras su matrimonio con Isabel de Farnesio. En el medio se hallan las tensiones continentales por la hegemonía política y militar y su efecto colateral español, la guerra de Sucesión. La novela enlaza noticias dispersas de todo ello, más vistazos a las cortes europeas, en especial al Versalles de Luis XIV, y a centros influyentes como el Vaticano. También se cotillea en el Alcázar madrileño y se muestran su fúnebre ambiente, la rigidez de una nobleza anquilosada y la inmoralidad de una clase privilegiada inútil.



Esta atractiva materia histórica tiene una expresión literaria ágil de la que resulta un relato ameno. Ello se logra mediante el recurso de convencionalismos narrativos y temáticos. Unas veces son anécdotas de amoríos, sexo y lujuria, adobadas con su poco de intriga y apostilladas sin evitar el tópico. Otras veces son recursos efectistas para causar impresión de exactitud documental: así, poner uno tras otro el medio centenar de títulos de Carlos II u ocupar casi una página con los del aspirante Habsburgo. Con mayor frecuencia se encuentran variopintos anecdotarios o el costumbrismo de hábitos peregrinos, tal la larga descripción de usos palatinos como el rito de levantarse y acostarse del monarca, o el de comer, ilustrado con un menú. Y, además, se hace una descripción estereotipada de un largo censo de personajes, aristócratas y eclesiásticos esquemáticos (al rey Sol se le reduce casi a caricatura) o marcados por un único rasgo, la ostentación, la intriga, la venalidad, la falsedad, la ira, la traición, la prepotencia...



Esta recreación histórico exótica sirve de marco a "la historia de una mujer que quiso ser rey", como anuncia la frase publicitaria que acompaña al título en la cubierta del libro. En dicho medio va cobrando relieve la persona que termina por convertirse en protagonista de la novela, la princesa de los Ursinos. La ambición de poder aparece como un motivo repetido a lo largo de la anécdota que se ilustra por medio de diversas figuras episódicas; con la princesa alcanza la importancia de tema principal. Por eso se recrea a la de Ursinos en un retrato menos plano que el de los restantes figurantes y se la adorna con hondura. Se trata de una figura histórica, seguida en el libro con sustancial fidelidad, de gran fuerza novelesca. Mujer aventurera, libre, osada, jugó papeles decisorios en bastantes intrigas europeas y fue un auténtico privado del débil Felipe V hasta que, caída en desgracia, éste la abandonó sin miramientos. La aristócrata francesa encarna una pasión enajenante y destructiva.



La autora lo aborda tan solo con el relato distanciado de un carácter pétreo y sin caer en rebuscamientos psicológicos. La intemporalidad del asunto -la arbitrariedad del poder y la fuerza arrasadora de esta pasión insana- otorga a la ficción un cierto valor didáctico. Los nada ejemplares comportamientos de la novela implican una condena de clase y un buceo en la condición humana. Pero este alcance trascendente se difumina por su constante trivialización. El cúmulo de convencionalismos narrativos y el modo de tratar el tema limitan el valor del libro a un relato de entretenimiento, y nada más.