Amos Oz. Foto: Carmelo Latassa
Conocer a una mujer es una novela cuya gran precisión psicológica presta atención a los detalles que nutren la vida familiar. No en vano, Estado y familia suelen ser dos instituciones esenciales en la narrativa israelí, y ambas exigen lealtad. Yoel, el protagonista, decide dejar su trabajo después de la muerte trágica de su esposa Ivriya, y se traslada a una nueva casa acompañado de su madre, su suegra y su hija, que padece accesos de lo que parece epilepsia: como dice su cuñado Nakdimón, todo el clan se refugia "en el mismo agujero". Esa nueva vida de jubilado prematuro está hecha de tiempos aparentemente muertos, pero que en realidad vibran bajo el efecto de corrientes profundas (el recuerdo de su matrimonio y de todo aquello que no supo entender de su esposa porque había que salvar a Israel; el miedo por su hija; la constatación de que "más amor del permitido" puede ser destructivo) y se resquebrajan por la acción de nuevos elementos: los requerimientos de sus vecinos americanos o la aparición de un personaje muy bien trazado, el agente inmobiliario Arik Kratz.
Si es cierto que toda buena novela cabe en sus primeras líneas, Conocer a una mujer arranca con Kratz mostrándole una casa a Yoel, quien ya ha decidido alquilarla pero tarda en comunicárselo, "como si las palabras fuesen objetos personales de los que le costaba desprenderse". El protagonista presta atención a la estatuilla de un depredador felino ejecutando su salto vigoroso, lleno de vida y peligro. Sólo que la pata izquierda del animal está fijada a una base de acero inoxidable que provoca "la desesperación del salto detenido". Esta imagen recorre la novela, recordándonos que el aparente realismo, en manos de un verdadero artista, sólo es otro tipo de símbolo: y es que, como intuyen Yoel y el narrador, todo es misterioso "como un libro abierto". ¿Se identifica Yoel con ese felino torturado por la imposibilidad de sellar su destino? ¿Es el reflejo de un reflejo que es él mismo? Oz es un escritor sutil y deja vías abiertas al lector. En cuanto a Kratz, su papel y el de su hijo en el tramo final es uno de los mayores aciertos de la novela. Tras enfrentarse al justo, inapelable, reseco espíritu de la ley encarnada por un padre que ha perdido a su hijo, Yoel descubrirá que está vivo. Y lo hará gracias a Kratz, a quien creíamos mundano, bobalicón, cínico aunque inofensivo; uno se lo imagina interpretado por Bob Odenkirk, con eso está todo dicho. Pero resulta que Kratz oculta lo mismo que acabará emergiendo de Yoel: "compasión y firmeza. Simpatía, pena y autoridad".
Bromeando a costa de Le Carré, acertando en la caracterización de personajes tan reconocibles como la suegra enervante o en el casi imperceptible juego de espejos con Miss Dalloway, planteando preguntas serias y duras, Conocer a una mujer se nos impone en voz baja, admirablemente reconstruida por Raquel García Lozano, y nos recuerda por qué Amos Oz es un gran escritor.