Alfredo Bryce Echenique. Foto: Alberto Estévez

Anagrama. Barcelona, 2012. 280 páginas, 17'90 euros.

En Dándole pena a la tristeza, Alfredo Bryce (Lima, 1939) cuenta, buceando en sus propios orígenes familiares (banqueros, políticos...) y en la historia de la oligarquía limeña, el ascenso y caída de tres generaciones de una misma familia, a partir de un patriarca que hizo fortuna en la minería. Esquema de novela clásico, que Bryce inicia con el bisabuelo centenario (Tadeo de Ontañeta, 104 años), sentado en su silla de ruedas en el invernadero, alternando el tabaco con el tanque de oxígeno y desatendiendo los consejos de su enfermera. Más adelante sabremos de su querencia por las "sobrinitas" e incluso de sus tendencias pederastas, cuando fallezca a los 105. Seguiremos después los pasos de su poderoso hijo Fermín Antonio, pero, sobre todo, asistiremos a la inutilidad y el derroche de sus muchos descendientes.



El retrato de la caída de esta alta clase social limeña parece el propósito de la obra, y el lector, tratándose del fabulador Bryce, espera que se valga de sus habituales medios: fino humor, gracia del habla en sus giros coloquiales… Lamentablemente, residen ahí buena parte de los fallos. El humor no remonta el tópico y el chiste fácil y el autor se vale, a lo largo de todo el libro, de una misma prosa anticuada, avejentada, que no tarda en cansar al lector, tanto como los artificiosos y pedantes diálogos de sus personajes. Que una historia tenga ambientación decimonónica no precisa de una escritura que también lo sea. Una prueba es la reciente y modernísima Leche derramada, de Chico Buarque, y su también anciano centenario brasileño a través del cual se nos cuenta con gracia la historia reciente de su país. Por otro lado, los personajes de Bryce son meros peones o estereotípos, sin desarrollo o densidad (el rico sin escrúpulos, la esposa abnegada que soporta infidelidades, el gacetillero, el chófer servil, la viuda "por consolar" (p. 102), la esposa teutona cervecera, el pretendiente imposible...) Desde un punto de vista estilístico, hay un abuso del "eso sí", "por lo demás", "y es cierto que". Junto con amaneramientos tan desaconsejables como "o sea, otro tanto más de lo mismo, oiga usted" (p. 100). Molestan las recurrentes coletillas "a la par que", "sumamente"," o "igualito además que". Quizá pretendía Bryce construir la gran y detallada novela de una dinastía familiar que viajaba por Europa, frecuentaba clubes selectos y bebía Dom Pérignon, pero el conjunto no va más allá de un dilatado, apolillado y aburrido cuadro de costumbres, tan lento y demorado que, sólo de mucho en mucho, consigue un acierto o arrancar una sonrisa.