Andreu Martín. Foto: Santi Cogolludo
Narrador nato, y siempre fiel a sí mismo, Andreu Martín da en su última novela, la primera que publica sólo en digital, una lección de punch narrativo. Martín no esboza, crea un microuniverso en el que el del policía es un trabajo como otro cualquiera, por momentos tan condenado como el resto al desarme existencial de quienes lo llevan a cabo, y si no, echen un vistazo a la perspicaz Martina Sanz, detective experta en sectas que acompaña al inspector Torrero: es eficiente en su trabajo pero cuando regresa a casa es la hija imperfecta que su dependiente madre aborrece. El lector lo sabe, y es consciente de que eso la está destruyendo. De la misma manera que es consciente de que esta será la última vez en que todos los focos apunten a Iquino, el periodista que ahora, por fin, ha cumplido su sueño (hablar con un auténtico asesino en serie), que le ha devuelto la celebridad (y la vida) perdida.
Andreu Martín trabaja sus personajes desde dentro. Y por eso resultan tan insoportablemente humanos. Porque están vivos. No están al servicio de la historia, ellos son la historia. Por eso el valor de una obra tan aparentemente sencilla, tan decididamente compleja, tan cínica, tan ambiciosa como El asesino de las vírgenes es incalculable. Porque es Historia en marcha. Es lo que está pasando ahí fuera en estos momentos, sólo que no tiene aspecto de vida corriente, sino de trepidante novela policiaca. De (adictiva) lucha entre el Bien y el Mal. Por eso debería ser considerada desde ya un clásico rabiosamente actual del noir barcelonés. Así. Sin más.