Andreu Martín. Foto: Santi Cogolludo

Sigueleyendo.es, 2012. 653 páginas, 3'99 euros



Alguien, un tipo rubio, alto, tan extraño que puede que ni siquiera sea un tipo rubio, puede que en realidad sea una mujer de pelo ceniciento, casi blanco, está deshaciéndose de los inofensivos miembros de una minúscula logia masónica. Una minúscula logia masónica que ha dado, sin querer, con el par de manuscritos que podrían acabar de una vez por todas con la Iglesia Católica. ¿Y quién mataría por algo así? Según Mosén Achaburu, fundador de la logia que el Asesino del Fin del Mundo está diezmando, los Iluminados, secta satánica que lidera Rigan Bates. La ciudad en la que todo esto ocurre es Barcelona. La Barcelona del Fin del Mundo. Pero no del mundo en el que creen los geólogos, sino del otro mundo. Aquel en el que se compraba con dinero que no existía. En esa Barcelona lluviosa, el inspector Leopoldo Torrero aún no se ha acostumbrado a dormir solo y ya se está volviendo loco por una prostituta de ojos verdes que por su culpa puede acabar en la boca del lobo: la furgoneta blanca en la que el Asesino del Fin del Mundo sube a las prostitutas que acompañan a sus víctimas. Porque el asesino es un asesino en serie y tiene un ritual. Por cada masón que mata, mata a una prostituta y prepara una escena del crimen que simule que ambos mantenían algún tipo de relación sexual cuando la Muerte les sorprendió. Y hace algo más. Colocar una virgen negra en el interior de las chicas. ¿Y luego? Luego llama por teléfono al periodista Isidro Iquino y le da un código que debe resolver si quiere descubrir antes que nadie quién es el asesino.



Narrador nato, y siempre fiel a sí mismo, Andreu Martín da en su última novela, la primera que publica sólo en digital, una lección de punch narrativo. Martín no esboza, crea un microuniverso en el que el del policía es un trabajo como otro cualquiera, por momentos tan condenado como el resto al desarme existencial de quienes lo llevan a cabo, y si no, echen un vistazo a la perspicaz Martina Sanz, detective experta en sectas que acompaña al inspector Torrero: es eficiente en su trabajo pero cuando regresa a casa es la hija imperfecta que su dependiente madre aborrece. El lector lo sabe, y es consciente de que eso la está destruyendo. De la misma manera que es consciente de que esta será la última vez en que todos los focos apunten a Iquino, el periodista que ahora, por fin, ha cumplido su sueño (hablar con un auténtico asesino en serie), que le ha devuelto la celebridad (y la vida) perdida.



Andreu Martín trabaja sus personajes desde dentro. Y por eso resultan tan insoportablemente humanos. Porque están vivos. No están al servicio de la historia, ellos son la historia. Por eso el valor de una obra tan aparentemente sencilla, tan decididamente compleja, tan cínica, tan ambiciosa como El asesino de las vírgenes es incalculable. Porque es Historia en marcha. Es lo que está pasando ahí fuera en estos momentos, sólo que no tiene aspecto de vida corriente, sino de trepidante novela policiaca. De (adictiva) lucha entre el Bien y el Mal. Por eso debería ser considerada desde ya un clásico rabiosamente actual del noir barcelonés. Así. Sin más.