Alonso Guerrero

De la Luna Libros. Mérida, 2012. 328 páginas, 21 euros



Alonso Guerrero no es nuevo en estas lides; ha sido premiado en anteriores ocasiones por títulos narrativos como Trigonometría (1982) y Los años imaginarios (1987), y desde entonces sus incursiones en la novela no han cesado, aunque de manera irregular y discontinua. Pero este último título sorprenderá a más de un lector avezado, por su rigor, su exquisita prosa, su ambiciosa composición, y su desmesura verbal y argumental, en el mejor de los sentidos. Es, nada menos, que un delirante enredo futurista, en la línea del Bradbury de Crónicas marcianas, (por citar uno de los muchos referentes del relato) que tiene como objetivo embestir la realidad y devolver una imagen distorsionada, casi dantesca, de ella; hacerla discurrir como un sueño (o pesadilla) premonitorio sobre un futuro del que estarán ausentes los significado de palabras esenciales (moral, memoria, progreso, nostalgia, pasado, futuro, historia, ideas).



De hecho la acción, en cierto modo intrigante, llena de direcciones desconcertantes, giros inesperados, y recovecos digresivos, (¡imposible de resumir, si es que fuera necesario en este caso!) discurre en ese futuro hacia el que nos dirigimos, en un virtual siglo XXIII del que poco o nada queda de la realidad anterior, al que asoma una ráfaga de nostalgia hacia las últimas décadas del siglo XX, cuando el hombre, "partiendo de la nada, intentó sobreponerse a ella, a la nada". El discurso lo conduce un narrador (Laguardia) ajeno a sus lectores, una suerte de "sicario" necesitado de respuestas (propiedad exclusiva de quien le manda, el hombre que preside "un palco sobre la nada"), capaz de sobreponerse a los impedimentos de esa realidad dirigida "hacia la nada, donde nada esencial puede encontrarse", donde descubre una intriga "para desmantelar la historia", donde todo se almacena pero nada se recuerda, donde falta curiosidad y sobra desidia; donde ya nada acontece ni se contempla, donde la vida es artificial, la clonación es habitual y la muerte reversible. La única posibilidad quizá esté en "Marte", o en "Ficción", un planeta de desarraigados donde las palabras se hacinan sin que nadie las pronuncie.



¿Qué se propone el autor? ¿Ahogarnos en preguntas? ¿Recuperar una época? ¿Condenar lo poco que queda en esta de la "verdad", por ejemplo? ¿Trasladarnos la irreversible confusión entre "información" y "cultura"? ¿A dónde conduce tanta desolación? Quizá a la poética sentencia, insinuada en la cita de arranque, del gran Karel Capek: "El alba, otro día, y ni una pulgada de progreso".