David Foster Wallace

Traducción de José Luis Amores. Pálido Fuego. Madrid, 2013. 521 pp., 23'90 e.



David Foster Wallace se suicidó el 12 de diciembre de 2008. Tenía 46 años y se le consideraba la voz más representativa de la "Generación X" (Jonathan Franzen, Jeffrey Eugenides o Bret Easton Ellis). Sin el fervor utópico de los "baby boomers", la "Generación X" no ocultaba su desdén hacia los valores de la América blanca, evangélica e intolerante, pero su rebeldía convive con un profundo escepticismo, que frustra de raíz un compromiso activo con un cambio social o político. Nacido en Nueva York en 1962, Wallace luchó contra la depresión desde principios de los 80, pero sólo consiguió una estabilidad precaria a base de psicoterapia y psicofármacos. Escribir era su motivación esencial. Su consagración prematura con La broma infinita (1996), una novela de 1.200 páginas y con 900 notas prolijas y barrocas, donde se escarnece el sueño americano sin ofrecer otra alternativa que el miedo, la angustia y las adicciones sucesivas, no disipó su inseguridad ni sus demonios interiores. "Escribo a regañadientes -confiesa en una carta dirigida a Jonathan Franzen-, sumido en sentimientos ambivalentes acerca de lo que hago, hundido en el dolor. Estoy cansado de mí mismo, de mis pensamientos y asociaciones mentales, de la sintaxis, de mis hábitos verbales".



La escoba del sistema es su primera novela. Aparece en 1987, cuando el autor sólo cuenta 25 años. Es la época del realismo sucio, pero Wallace adopta un modelo narrativo completamente alejado del minimalismo imperante: prosa torrencial, monólogo interior, relato diacrónico, punto de vista múltiple. José Luis Amores, que nos regala una espléndida traducción y una elegante edición, afirma que se trata de una novela alegre y luminosa, una sátira enloquecida del mundo empresarial y artístico de Estados Unidos. Es innegable que la trama se parece a un vodevil alumbrado en el taller del esperpento: Lenore Beadsman, operadora telefónica, intenta averiguar el paradero de su bisabuela y veinticinco personas más, que han desaparecido de la residencia de ancianos Shaker Heights. Su pesquisa discurre entre su tormentosa relación sentimental con su jefe, Rick Vigorous, la intromisión de su cacatúa (que no imita palabras, sino que elabora discursos), las ambiciones pantagruélicas de Norman Bombardini, las fantasías pirómanas de Monroe Fieldbinder y la restitución del alma americana mediante el proyecto de un Gran Ohio Desértico, cuya "esencia maldita" converge con un "concepto global", donde el hombre sólo es un elemento secundario y prescindible.



La novela se sitúa a medio camino entre Wittgenstein, Derrida y el disparatado e hiperbólico mundo del director de cine John Waters. El psicoanalista perturbado, las llamadas que se cruzan en la centralita, el padre todopoderoso y lejano, las chicas guapas de pies feos y el hombre más gordo del mundo (que plantea la disyuntiva de amarle o ser devorado) componen un universo extravagante y deliberadamente inverosímil, donde el lenguaje desempeña un papel fundamental, urdiendo historias y cuestionando los límites entre realidad y ficción.



Para Wallace, el lenguaje no es inocente. Las palabras se reúnen para constituirse como relato y "cualquier relato se convierte automáticamente en una especie de sistema que controla a todo el que se relaciona con él". Lenore no quiere ser un relato ideado por el psicoanálisis, el poder financiero o su propia familia. Aunque su bisabuela le ha hecho creer que no es real o que sólo lo es en la medida en que otros hablen de ella, se niega a ser controlable o, lo que es lo mismo, a perder su condición de persona para devenir personaje. Sin embargo, el precio de ser persona -es decir, libre, feliz e independiente- consiste en renunciar a la literatura, un monstruo que se alimenta del infortunio, la analogía, el delirio, la paranoia y la usurpación.



Wallace describió La escoba del sistema como "una pequeña y sensible novela de formación obsesionada con el yo". Sería necesario añadir que la obra contiene una compleja teoría sobre la realidad y la literatura, según la cual la construcción social de lo real siempre incluye una "escoba" (o mecanismo de exclusión) y la literatura nace de una voluntad de despilfarro. ¿Por qué el coyote que perseguía al Correcaminos -se preguntaba Wallace- derrochaba energía y dinero, confeccionando planes y comprando minas y explosivos? "¿Por qué no coge el dinero y simplemente se va a comer a un chino?" Si lo hiciera, no habría literatura. Wallace imitó al coyote hasta el final, inmolándose en el mismo fuego donde ardieron las vidas de Anne Sexton, John Berryman o Hunter S. Thompson. La escoba del sistema sólo fue el deslumbrante chispazo de una carrera hacia la más alta exigencia artística y la introspección más implacable.