Sloper. Palma de Mallorca, 2013. 216 páginas, 15 euros



¿Se imaginan a un Francisco Franco que lleva la explosiva Patricia Conde tatuada en su barriguita, practica nudismo con doña Carmen y toca la batería en un conjunto de jazz? Pues solo son unas pocas de las jugosas ocurrencias que Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) prodiga en El general y la musa, el cuaderno que el futuro dictador, a los 41 años y apartado en Mallorca por Azaña, escribe en 1933. Un capitulillo final explica la génesis de esa fábula y ésta se centra en referir las andanzas de Franco por la isla balear, desentendido de todo, entusiasta del licor de hierbas y entregado con pasión al empeño detectivesco de saber qué fue del auténtico piano que Chopin tocaba en Valdemossa.



Esta parodia postmoderna del relato policial funciona como mínimo eje de un popurrí novelesco de alta tensión imaginativa. En él intervienen personajes reales (el banquero Juan March, financiador en la realidad del golpista, o el escritor Robert Graves, atareado en su Yo, Claudio) sin afán documental porque se trata de una historia visionaria. Y toda la materia aparece disuelta en reiterados anacronismos tanto anecdóticos (correo electrónico, microondas o Canal plus en 1933) como verbales (lo flipo o ser un crack).



Román Piña hace una novela de absoluta creatividad que se inserta en la tradición narrativa desmitificadora del dictador -la del Valle de Tirano Banderas o el Torrente de Guadalupe Limón- y le aporta una perspectiva original al centrarse en la forja de una imagen insólita, irreverente y lúdica. El perfil ideológico de Franco se liquida sin equívocos con unos cuantos sarcasmos porque no es esa la prioridad del autor. A Piña el mueve montar una farsa de grandes proporciones, algo así como darle la vuelta al calcetín de la vida corriente mediante una entrega incondicional al disparate perpetrado con altas dosis de perspicacia y humorismo inteligente. Lo que no quiere decir que bajo esta historia cómica y gratificante no se esconda una mirada desconfiada y revulsiva sobre la vida, un tanto heredera de la libertad iconoclasta y gamberra del dadaísmo.



Para cuando ese sentido se redondea, uno ya ha disfrutado de un relato muy divertido, lleno de bromas como este estribillo dedicado al "fundador" de la generación del 27: "No te acerques tanto al toro, Mejías,/ que le vas a contagiar tus ladillas".